Apenas una leve reseña regresa a mi mente de aquella figura esbelta e imponente que se paseaba por las principales pistas del mundo. Muy poco recuerdo sus hazañas, esas que inmortalizaron para siempre a Ana Fidelia Quirot en el movimiento atlético de Cuba.
En cambio aprendí a conocerla, y con el devenir de los años pude desentrañar el por qué de sus triunfos, aunque inevitablemente tenga que remontarme a los momentos más tristes de su existencia, allá por 1993.
Como muchos atletas, ella emergió de la selección de talentos y transitó por la pirámide de alto rendimiento, hasta llegar al equipo nacional de atletismo. “Comencé a los 12 años. Tuve una vida deportiva bien longeva y alrededor de 15 años me ubiqué entre las mejores corredoras del mundo”, reconoce la especialista en 800 metros.
En 1989 irrumpió con toda la fuerza, al ganar los 400 y 800 metros en la Copa del mundo, suficiente para ser elegida la mejor atleta femenina del orbe de la Iaaf (Asociación internacional de federaciones de atletismo).
Pero sus días más difíciles estaban por llegar, un terrible accidente doméstico estuvo a punto de quitarle la vida, con quemaduras de segundo y tercer grados: “Primeramente, gracias a la medicina cubana que me salvó y permitió que me reincorporara a la sociedad.
“Gracias también al deporte que hizo posible que soportara y al pueblo que me motivó a no tirar la toalla y al Comandante en Jefe Fidel Castro, quien desde que supo de mi accidente me dio aliento para seguir luchando por la vida”, evoca.
Ana Fidelia escapó de la muerte. Pero su rostro ya no sería el mismo, secuelas palpables la marcarían para siempre. Y mientras muchos daban por hecho su retiro, “la decisión más sabia de mi vida fue regresar al deporte después del accidente”, asegura.
“La disciplina, la constancia, la perseverancia… deben caracterizar a los deportistas si quieren llegar a la élite, aunque mantenerse es más difícil”, acota.
Esa fue la máxima de la bien llamada Tormenta del Caribe. Y retornó a la alta competencia, unos meses después, al intervenir en los Centroamericanos y del Caribe Ponce 1993. Sin duda, una gran victoria, más allá de cualquier ubicación en el podio, aunque terminó segunda, por detrás de Leticia Driesde, la adversaria más difícil que encontró en el área.
Sin embargo, los éxitos más sonados de su carrera aún no habían llegado. Aquel triunfo en el Mundial de 1995, en Gotemburgo (Suecia), era la confirmación, “nadie contaba con esa medalla. Únicamente, lo sabíamos mi entrenador y yo”, rememora.
“Llevaba el pronóstico de ayudar a mis compañeras en el relevo largo, ni había pensado en inscribirme en los 800 metros. Cuando avancé a la final no tenía nada que perder, pero sí mucho que ganar”, refiere sobre su actuación en tierra sueca, que igualaría en la próxima edición de Atenas (Grecia), en 1997.
Pero Quirot abandonó el deporte con la frustración de no haber subido a lo más alto del podio en una cita bajo los cinco aros. En 1996, la ciudad estadounidense de Atlanta era su segunda y última oportunidad, después de colgarse el metal de bronce en Barcelona 1992.
“La plata de Atlanta me dejó un sabor poco agradable, quería retirarme con lo que todo atleta anhela, con el oro olímpico. Estaba en tremenda forma, incluso ese año me había acercado a mi mejor resultado histórico de 1:54.84 minuto, pero equivoqué la táctica”, repasa.
“Me sentía con fuerza, pero tuve que salir de atrás. Mutola (María) no era mi preocupación, sí Masterkova (Svetlana) que ya había tomado mucha ventaja y cuando hice el sprint final fue imposible”, revela y no puede evitar el desconcierto.
“Siempre corrí sola, no tuve el privilegio de las rusas que trataban de encerrarme y tenía que abrirme demasiado y regalaba muchos metros”, explica sin pretender justificarse.
En sus años de esplendor los duelos con la mozambicana Mutola eran bastante promocionados: “Fue la rival más difícil que tuve en mi carrera deportiva. De hecho, cuando me accidenté siguió brillando y ocupó mi lugar. Ella tuvo más victorias sobre mi, pero en los eventos claves gané yo”.
Entre los lauros que conquistó aparece el título de mejor atleta femenina de América Latina en cuatro oportunidades (1989, 1991, 1995 y 1997) y otros desempeños meritorios que la hicieron merecedora del amor de su pueblo: “Puedes tener muchas medallas, pero si no eres consecuente con tu pueblo y con tu gente, puedes pasar desapercibido”.