Su impronta está en cientos de niños, jóvenes y adultos frente a los cuales estuvo en el transcurso de 44 años y hoy “son médicos, ingenieros, maestros, obreros, que trabajan en una tienda… y al verme, me saludan con cariño”, asegura Esther Martínez Batista.

Es tanta la pasión por la hermosa y noble profesión a la que ha dedicado la mayor y mejor parte de su vida, que “si volviera a nacer, con todo corazón volvería a ser maestra”, declara.

“Enseñar, y educar, –prosigue entusiasmada- lo poco o lo mucho que una sepa, ver que los alumnos se apropian de los contenidos, es lo más bello, no tiene precio”.

Su largo transitar por la senda de la docencia comenzó en 1975, en la escuela Mártires de Sevilla, en Pilón, prosiguió en Niquero, en la secundaria básica Victoria de Yaguajay, y en Bartolomé Masó, donde se jubiló en febrero de 2018, reincorporándose enseguida como contratada.

Durante los últimos cursos Esther se dedicó a preparar, en la asignatura Historia, a alumnos de duodécimo grado que se presentarían a exámenes de ingreso a la Educación superior.

Avalan la calidad de su labor, elevadas promociones de los alumnos y ser seleccionada, en 2015, mejor preparadora a nivel nacional.

-¿Cuál es su método en la realización de ese encargo?

-Interactuar con los alumnos, atenderlos de manera diferenciada, porque no todos son iguales, unos aprenden con facilidad, otros no, demandan dedicación, motivarlos para que tengan solidez en el dominio de los contenidos.

-¿Por qué continúa activa, después de jubilada?

“Porque el aula y los alumnos son la vida mía, no puedo vivir sin eso”, manifiesta.

La profesora Esther Martínez Batista recibió  la Medalla José Tey, otorgada por el Consejo de Estado de la República de Cuba como reconocimiento a relevantes méritos en la labor educacional.

También, las distinciones por la Educación Cubana y Rafael María de Mendive, concedidas por el Ministerio de Educación y el sindicato del ramo, respectivamente.