El periodista, curtido en el estudio de tantas lides políticas alrededor del mundo y conocedor de tantas personalidades de alcance internacional, no pudo evitar la emoción al evocar las jornadas vividas aquí junto al líder a inicios del 2003 durante la preparación de la larga entrevista que daría por resultado el libro Cien horas con Fidel.
#FidelCastro – 1961: “Somos un pueblo que ha sabido estar a la altura del momento que vive (…) que cuando fue necesario, pudo sacar de sí todo lo que tenía de heroico, todo lo que tenía de tenaz, todo lo que tenía de valiente…”│Seguimos siendo ese pueblo bajo el #LegadoDeFidel pic.twitter.com/Oo9zr2LOcs
— Cancillería de Cuba (@CubaMINREX) 21 de noviembre de 2017
No pudo Ramonet esquivar esa trampa de los sentimientos cuando hablaba del ser humano y estadista excepcional que conoció más a fondo en aquellas visitas por las casas y escuelas donde vivió y estudió en la niñez y a los sitios vinculados a la lucha insurreccional que él encabezó hasta el triunfo revolucionario de Enero de 1959.
Hace apenas unas horas, también por la pequeña pantalla, el llanto de la multicampeona olímpica y mundial Ana Fidelia Quirot cuando rememoraba sus vínculos con el presidente cubano volvió a tocar la fibra más íntima de muchos habitantes de esta Isla. Muchos son los que recuerdan el lazo afectivo que se estrechó entre ellos a raíz de las quemaduras sufridas por ella.
Como un padre, Fidel siguió la evolución de la joven atleta, primero desde su cama de hospital y luego en el largo proceso de su reincorporación a la vida normal como mujer y como un as del deporte cubano y mundial.
Continuamente y con mayor énfasis en estos días que preceden al primer aniversario de su desaparición física, los reportajes y documentales televisivos muestran los rostros sinceramente adoloridos de los cubanos que no se resignan a su despedida y lo retienen vivo en sus memorias.
El porte particularmente impresionante del Comandante en Jefe, su uniforme verde olivo, sus botas eternas y sus largas zancadas hicieron brotar también a su entrada en la sala lágrimas incontenibles de una periodista que en los años 90, en el capitalino Palacio de Convenciones, asistía a un evento gremial.
La grandeza de Fidel no dejaba indiferentes y sigue estremeciendo, desde su sobrevida, aunque pasen los años desde aquella medianoche del 24 al 25 de noviembre de 2016 cuando la aciaga noticia corrió de boca en boca y telefónicamente entre familias enteras.
En la necrópolis santiaguera se narran anécdotas conmovedoras de los miles de personas que han desfilado por allí, como la de la anciana de 94 años que llegó, por su cuenta, desde la lejana Yateras, en la oriental provincia de Guantánamo, para darle a Fidel su tributo humilde.
Las lágrimas que él provoca emanan de la devoción de un pueblo por su líder y al ser reflejadas por la televisión connotan el desgarramiento individual que no teme hacerse público. Cuánta anécdota anónima, cuánta historia pequeña y personal habita aún en esas grandes sagas sin contar.