No podía ser verdad. Ya era madrugada del 26 de noviembre y los teléfonos sonaban en todos los rincones con la sorpresiva bomba: en la noche del 25 había muerto Fidel.
A más de uno se le quebró la garganta, millones encendieron la radio o la televisión en busca de detalles, muchos se desvelaron dialogando con la almohada o tratando de digerir la noticia, transmitida públicamente por su hermano de sangre y glorias.
Entonces la nación, con el pecho apretado, se hizo bandera y fila enorme para saludar sus fuegos –que no cenizas-, desde la capital hasta Santiago. Entonces las personas se pintaron las caras con su nombre o un rombo… o una estrella.
La canción de un trovador, escrita con increíble premura poética, se convirtió en himno sin decretos: “los agradecidos te acompañan/ cómo anhelaremos tus hazañas/ ni la muerte cree que se apoderó de ti”.
Mientras, de occidente a oriente, un armón gravado con cinco letras –“Fidel”-iba recorriendo el país, salían a las calles sus retratos guardados no sé sabe durante cuánto tiempo, la humedad se adueñaba de incontables ojos, se disparaban las anécdotas hablando sobre él: cuando estuvo aquí, allá, en todas partes.
Hasta el 4 de diciembre, fecha en que entró definitivamente a un grano de maíz, fueron fechas de lágrimas espontáneas, de niños en hombros para verlo pasar, de fotos multiplicadas, de imágenes que se infiltraron en la Historia.
Cuatro años después los recuerdos vuelven a saltar; la plaza se llena de un coro con su nombre, la caravana pasa y un hombre hace galopar su caballo en un apartado sitio para saludar con el letrero de “Gracias por todo, Comandante”; una pequeña se abraza fuerte del tronco de su madre; un museo, antes cuartel, se viste de solemnidad para recibirlo en la misma fecha en que el yate Granma llegó a Cuba; otra plaza se inunda y se silencia con la voz entrecortada de Raúl…
Cuatro años después los fuegos de Fidel siguen llegando para advertirnos de peligros más grandes, para decirnos que la verdad a veces nos golpea, nos hace crujir el alma, entender que para algunos existe una sobrevida, un espacio perenne en el recuento, unos versos que tocan el futuro.