El mago, el nasobuco y el cuento corto

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Por Luis Carlos Frómeta Agüero | 8 marzo, 2021 |
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Caricatura/ Autor desconocido

De niño siempre escuché decir a la maestra de Biología que el cuerpo humano permanecía invariable, respecto a sus partes: cabeza, tronco y extremidades, concepto para discrepar, aunque sería incapaz de contradecir sus postulados.

Con la aparición del llamado período especial en Cuba, surgió otro elemento inseparable para los mortales, me refiero a la jabita de nailon, aunque permanezca oculta en el bolsillo trasero del pantalón o discretamente doblada en la cartera femenina.

Sin embargo, nadie imaginó que desde el pasado año aparecería otro elemento añadido a nuestro físico, me refiero al nasobuco, que si antes lo veíamos como algo sospechoso para quienes ocultaban la identidad, hoy se torna imprescindible en la protección contra la pandemia.

Resulta habitual ver a nuestros semejantes con tapabocas, que si a algunos niños les infunden cierto temor, a los mayores no les impide la función comunicativa ante la aparición de cualquier producto:

-Yo soy la última persona para el pollo -dijo una compañera ante la interrogante.

-¿Detrás de quién va? -preguntó otra.

-¿Usted ve a la señora gorda de gafas oscuras y

bolso verde sentada en el muro?

-Sí…

-¿Va después de ella?

-No precisamente, sino detrás de cuatro que le siguen y no puedo especificar, pues todas traen nasobucos blancos y se fueron para la cola de los medicamentos, porque sacaron Dipirona, Paracetamol y Triamcinolona.

Lo cierto en esta historia es que, a regañadientes, los cubanos nos acostumbramos a llevar tapabocas que hasta los niños reclaman, tal vez para burlarse del miedo causado por los enmascarados que lo portan.

El uso cotidiano de este accesorio se ha convertido en el superhéroe de los últimos tiempos, a tal extremo que ciertas personas, antes de iniciar una relación amorosa, paralizan el romanticismo con un frenazo de las cuatro gomas:

-De eso nada, papito, sin nasobuco… ¡ni pensarlo!

No obstante lo reiterativo del asunto, me refiero a la protección con mascarilla, a veces determinados personajes no creen en lágrimas y desobedecen las disposiciones sanitarias, así lo demuestra la siguiente historia que hace unos días me narró telefónicamente el mago César Reyes Ampudia y ahora la pongo a su consideración, en modalidad de cuento corto, para que saque sus propias conclusiones:

-Salí de casa con la misma premura de un cubano cualquiera, viajaba raudo en la bici, pues por indicación de un inspector, la carne de cerdo de un particular bajó de 70 a 40 pesos.

En la calle todos me miraban y hacían señas, que por la velocidad en que circulaba no entendía.

-¿Será por mi vistosa ropa? -pensé- ¿Me pondría al revés la camisa?, ¿se acabaría la carne de cerdo?-repensé.

Llamaba mucho la atención, me sentía orgulloso y a la vez incómodo ante las insistentes miradas, hasta que alguien me detuvo la marcha:

-Por favor, compañero, mantenga la distancia y deme su Carné de Identidad.

Ahora me avergüenzo, había dejado en casa una de las partes más importantes del ser humano.

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