Un mar de balas y el marzo que se hizo infinito

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Por Osviel Castro Medel | 13 marzo, 2020 |
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FOTO/ Autor desconocido

Yo no sé describir tanta valentía.  Ni sé reducir el heroísmo a glosa. Hay sucesos como los de aquel marzo -ya infinito- que les quedan anchos a mi vocabulario.

Fue, me limito a decir, una acción atrevida, arriesgada, “suicida”. Una acción que se infiltró en la historia con ribetes de virtud. Porque no era fácil ir a la madriguera del dictador a ajusticiarlo, como tampoco era fácil darle la noticia a Cuba toda.

Pero el valor se impuso a las justificaciones. Y el día 13 de marzo –hace 63 años-  integrantes del Directorio Revolucionario y un grupo de opositores auténticos se lanzaron a un mar de balas a conquistar la gloria.

El objetivo era dar muerte a Fulgencio Batista y luego llamar a la insurrección popular. Con tal fin José Antonio Echevarría, líder de la Federación Estudiantil Universitaria y del Directorio, debía llamar al pueblo por las ondas de Radio Reloj a congregarse en la Universidad.

Alrededor de las 3:24 minutos de la tarde, el Gordo –como lo llamaban sus compañeros de estudio- comenzó la histórica alocución que haría temblar el país y en la cual confirmaba la “muerte” del tirano. Las palabras del joven quedarían inconclusas al irse del aire la emisora momentos más tarde.

Esto provocó que él, Fructuoso Rodríguez y otros participantes en la acción se dirigieran hacia al Alma Mater habanera. En el trayecto, los tres autos en que viajaban se separaron por una obstrucción en la vía.

Carlos Figueredo, chofer del vehículo en que iba José Antonio, contaría tiempo después: “ (… ) Nos enfrentamos con un carro perseguidor. Como teníamos órdenes de obstaculizar cualquier refuerzo que acudiera al Palacio Presidencial, detuvimos el auto en el medio de la calle, chocando de frente con la perseguidora”.

Casi instantáneamente al choque Echeverría avanzó disparando, con absoluto desprecio de su vida hacia el patrullero. Cayó al suelo y volvió a pararse sobre sus rodillas. Segundos después recibió una ráfaga que lo remató.

Mientras ocurrían estos hechos el Palacio se convertía en un ejambre de proyectiles. Carlos Gutiérrez, Menealo Mora, José Machado, Pepe Wanguemert, Faure Chomón y otros 45 intrépidos atacaban por sorpresa la guarida de Batista.

“Se entabló fuerte combate en la planta baja –narraría Faure Chomón- pero los defensores de Palacio fueron cediendo, huyendo hacia los pisos superiores (…) los soldados habían sido barridos de la planta baja…”.

Así, algunos asaltantes llegaron al segundo piso, donde se fragmentaron en dos grupos. Uno de estos, en el que iba Gutiérrez, jefe de la operación, logró penetrar al salón de los espejos y luego al despacho de Batista, el que registraron infructuosamente.

El otro grupo “limpió” varias oficinas pero tampoco encontró a la alimaña. Luego ambos comandos se unieron y entablaron combate con la guarnición que le disparaba ráfagas desde el tercer piso.

“Desde la azotea –contó Faure- algunos soldados dan vivas al tirano, contestando nuestros compañeros. Esto hace presumir también que Batista ha ganado ya la azotea pues hasta ese momento la soldadesca ha permanecido en silencio”.

Había transcurrido casi una hora de sangriento combate. Un segundo contingente de 100 hombres que debía apoyar la operación ha faltado, cobardemente, a su palabra y no ha llegado. El parque es mínimo. No queda otra alternativa que replegarse.

Pero si difícil resultaba entrar a Palacio, tanto o más era salir con vida. Y así lo apuntó Faure Chomón:  “En nuestro plan teníamos calculado que la retirada de palacio era imposible si no funcionaba la operación de apoyo y que todo aquel que lo intentara no lograría caminar muchos metros vivo (…) Y aunque algunos compañeros cayeron en este instante, otros -pudieron salvarse 26- logramos retirarnos milagrosamente vivos.

“Tan seguros –acota el asaltante- estábamos de que la retirada era imposible sin ayuda del exterior, que Carlos me había propuesto cerrar con llave a Palacio y botar la misma (…) ya que si nos iban a matar de todas formas, esta era una manera de precisarnos a todos a buscar a Batista y morir peleando por la posibilidad”.

Luego de la acción, que hizo temblar al tirano en su propia cueva, Chomón, herido, se dirigió a la Universidad y dio cuenta de lo acaecido: la operación no había tenido éxito.

Concluía así una de las más valientes acciones de la historia de Cuba. Pese al fracaso, la muerte de José Antonio y los suyos se convertiría, como él mismo profetizó, en un ejemplo que ayudó a abrir la senda del definitivo triunfo.

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