No se repara en la casa vacía que no llegó a vivir, en la novia esperando para vestirse de esposa, en los hijos soñados que no llegaron a fecundarse, en los mil besos esperando para darse, en el bigote bisoño que apenas se dibuja en su tez de 21 años, solo se repara en la grandeza del joven que detiene todo y va en la defensa de su Patria.
Pero un héroe es mucho más que un ser marmóreo o férreo, arisco a las balas y con algo de suerte en la batalla, si quedara vivo intacto o mutilado, en el peor de los casos. Un héroe es un ser donde late el amor materno, un ser juguetón y risueño, que tiene hermanos y hermanas que esperan por él para tomarlo como ejemplo.
El sepelio de José Mariano Tamayo Rodríguez el 23 de abril de 1961 en Bayamo fue un acto de afecto del pueblo a su héroe. Cuatro días antes Marianito había tenido su último combate en Playa Girón, a la que fue aún rebajado de servicio.
Inquieto y justo, no podía permitirse estar cerca de la invasión y no responder con su destreza. Con grados de Teniente dirige una batería de obuses que echa plomo al enemigo y lo ahuyenta, más la metralla mercenaria encuentra en su ingle un blanco para desangrar a Bayamo.
A Capitán lo ascienden de manera póstuma, y allá va todo su pueblo, unos pocos miles hay en la ciudad aún pequeña, pero se desborda la Avenida Martí, la Francisco Vicente Aguilera, donde Marianito corriera de aquí para allá en su adolescencia apenas concluida.
El cortejo pasa frente a la Escuela del Hogar, las paredes se estremecen, ahí va el joven que en noviembre de 1955 junto a muchachas y muchachos que no rebasaban los 20 años detuvieron a Bayamo y se enfrentaron a la policía más sangrienta a piedras y convicciones.
Lo sabemos porque observamos las imágenes recién donadas por el hermano de Marianito, José Antonio Tamayo Rodríguez, el quinto de ocho hijos donde Marianito nació tercero en la prole.
Las fotos van de mano en mano de estudiantes de la Escuela Técnica General Luis Ángel Milanés, plantel del que Marianito fuera estudiante y se graduara como plomero, en aquellos años el edificio es el que ocupa ahora la Biblioteca 1868.
Los jóvenes observan callados, van sintiendo el dolor, van viendo correr las lágrimas de madres y hermanas del pueblo ante el joven héroe que pasa en féretro vestido con la insignia nacional y resguardado por grandes coronas florales.
Las lágrimas en vivo las pone Adalberto Rodríguez, Beto, el primo hermano de Marianito, aunque entra ya en los 81 años siente la pérdida de su compañero de juegos en la infancia y de su inseparable en la lucha clandestina como si fuera hoy mismo.
Es un gesto admirable el de José Antonio Tamayo, donar las imágenes del sepelio de su hermano, seis años mayor. El que nació signado para la Patria, quizá desde su propia fecha de entrada al mundo: 28 de enero de 1940, en la finca El Chungo perteneciente a Bayamo como término municipal.
A sus manos llegaron por otro gesto de altruismo, de las manos de Flora y Pepe. Dos luchadores antibatistianos, en cuya carne se cernió toda la furia de torturadores y asesinos. Historia que conmueve.
A Flora y a Pepe la guerra y las torturas les negaron los hijos, en una única imagen donada en esta oportunidad, donde Marianito posa para el lente, el matrimonio es agasajado en la Colonia Española por sus méritos patrióticos. El joven atento los observa quizá pensando ser como ellos. Y la vida da las vueltas que quiere.
Muchas escuelas llevan el nombre de Mariano Tamayo, quizá las biografías solo digan fechas, algunas acciones y que fue Capitán del Ejército Rebelde, y que peleó en la Sierra Maestra.
Quizá ninguna repara en la rebeldía, en las jaranas y juegos, en la valentía a prueba de balas para sabotear la tiranía, en el eterno desafiante al peligro, en el bayamés que prefirió defender la Patria y dejó para después la boda, los hijos, su vida.