Cada cubano tiene un vínculo personal con José Martí, cual ídolo de carne y hueso, del que corren mitos, leyendas, paráfrasis de sus versos en bien y en mal pero nunca ignorado porque sabemos que más allá de la grandeza de su obra, vivió en él un ser humano imperfecto libre de ambiciones personales y sentimientos malsanos. Quién mucho sufrió, nunca odió y, es ejemplo de amor al prójimo y sacrificio supremo.
Nos estremece el adolescente rebelde, desafiante y enamorado. El que osa escribir y fundar la prensa libre en medio de una libertad transitoria y condicionada, pero a pesar de su corta vida con apenas 15 años define el camino al lado de los patriotas y del verso.
El poema 10 de octubre y el drama épico en versos Abdala, que da nombre hoy a un logro supremo de la ciencia cubana, no dejan dudas del hombre que se forja entre las manos del maestro Mendive, patriota y poeta, admirador de los padres de la nación que acá en Bayamo, Oriente, ponen un himno e inician una época más promisoria para la nación, a la manera que Martí comprenderá irrevocable e invariable: la guerra.
Hombre coherente en pensamiento y acción, vino a Cuba después de un largo exilio de más de dos lustros, a pelear por la libertad de su pueblo, estremecido aún por la esclavitud, no solo de los negros descendientes de África, sino de mujeres y hombres deseosos de construir una nación independiente y respetable a los ojos del mundo y a los suyos propios, donde el culto a la dignidad sea la primera ley de la república que han de conquistar a punta de balas.
El Martí que crece en cada cubano, viva donde viva, es el Padre tierno que se deja cabalgar por su hijo-jinete, insomne recorre los pasillos de las letras y agrupa los versos más sublimes para hacerle llegar un afecto tan veraz que lucha contra muros y lejanias físicas para materializarse, y a pesar de los muchos obstáculos, sobrevive y arropa, viste y construye la personalidad de José Francisco y también del “Ismaelillo” que somos cada uno de nosotros.
Paradigma de la amistad y del amor filial, dejó centenares de epístolas donde vertió su incuestionable firmeza de principios. Jamás una queja carnal le hizo dudar del norte señalado por la brújula de su vida, norte de cuatro letras grabado con hierro y sangre en su piel: Cuba.
Del último mayo nos viene la inquebrantable decisión del sacrificio. En un cuerpo aparentemente endeble, sometido a diversos dolores consecuencias del paso por el inhumano régimen carcelario y de trabajo en las canteras de San Lázaro a que fue sometido apenas con 16 años.
Además de padecer enfermedades una tan terrible como la angustia del destierro y el desmembramiento familiar, a todo se sobrepone y construye el aparato ideológico con Partido, periódico y fuerzas humanas para recomenzar la Guerra Necesaria.
De ese mayo, el hombre que regresa enternecido a su tierra, que ágil supera los accidentes de la geografía, la frialdad, la lluvia, la frugalidad y el inseguro bocado de campaña.
Tenemos de ese mayo un dolor inenarrable, el de la inexperiencia entre las balas, la ansiedad por la sangre propia como sustrato para edificar la contienda, el sacrificio que unos se atreven a llamar innecesario. Cada uno tiene a su Martí: para combatir y luchar, para enamorar y filosofar, para vivir, para vencer.