En la mañana del 10 de marzo de 1952 Cuba despertaba con una noticia: a la fuerza, había un nuevo “presidente”.Se trataba, nada menos, que de Fulgencio Batista y Zaldívar, el tristemente célebre sargento taquígrafo que a la velocidad de la luz llegó al grado de general y se proclamó “hombre fuerte de la nación” desde la fallida Revolución de los años 30.
Batista, con la complicidad del Ejército, deponía a Carlos Prío Socarrás, conocido corrupto del Partido Revolucionario Cubano Auténtico. Sin embargo, nunca podríamos negar una verdad: este último había sido electo en las urnas.
Muchos factores ayudaron al zarpazo del 10 de marzo, pero ninguno pesó tanto como el apoyo del Gobierno de los Estados Unidos a la asonada golpista, que fulminó y pateó la Constitución de 1940.
El periodista del diario Juventud Rebelde, Luis Hernández Serrano, investigador de temas históricos, ha señalado que aquel golpe militar fue apoyado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) pues el pecado de Prío fue entrar en contradicción con los círculos de poder norteamericanos.
Entre los hermanos John y Allen Dulles, “con el visto bueno de la CIA, se cocinó sacar a Prío del home y poner de emergente a Batista, que tal vez no saldría presidente de nuevo y tenía muy buenas relaciones militares en la Isla. al parecer dijeron que era el personaje ideal para el golpe de Estado y que solo tenían que hablar con él, con el apoyo de especialistas de las operaciones encubiertas y poner la pérfida maniobra en marcha”, escribió Hernández en un interesante artículo .
Cuando en la madrugada de esa nefasta fecha el General llegó a Columbia, principal fortaleza militar del país, no faltaron las voces de uniformados que se opusieron al presidente de facto, mas las promesas de recompensas materiales y ascensos les callaron las bocas.
Por otro lado, los estudiantes universitarios, que habían solicitado armas a Prío para enfrentar el porrazo constitucional se quedaron esperando. El presidente había huido con una fortuna ganada con favores y politiquerías a la embajada de México.
Lo cierto es que después del infausto día se instauró una de las más sangrientas dictaduras en América Latina. Miles de personas fueron perseguidas, detenidas y torturadas; se instauró una férrea censura de prensa; se crearon varias organizaciones –como el Buró para la Represión de las Actividades Comunistas (BRAC)- para dar caza a partidarios de la izquierda, se proscribieron partidos políticos y se profundizó la sumisión a los intereses estadounidenses.
No obstante, la instauración del régimen aceleró la radicalización de las fuerzas progresistas y llevó al nacimiento de un nuevo movimiento revolucionario, encabezado por la Generación del Centenario.
Con Fidel Castro a la cabeza, muchos jóvenes, inspirados en Martí y las tradiciones de lucha independentistas, se lanzarían a desafiar la dictadura y la derrotarían con las armas y las ideas el Primero de Enero de 1959.
Seis años, nueve meses y 22 días después del artero golpe, Batista, con un grupo selecto de lamebotas y ladrones, huiría de Cuba. Se llevaría las maletas llenas de dinero cosechado en sus días “felices” de tirano.