Más allá de estas paredes (+audio)

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Por Anaisis Hidalgo Rodríguez | 28 abril, 2021 |
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Idania Celorio Méndez. FOTO/ Luis Carlos Palacios Leyva

 

La vida de Idania Celorio Méndez se ha limitado a la industria láctea de Granma, especialmente a La Hacienda. Se incorporó a esta con 18 años. Para entonces su cabello era negro y abundante, pero 39 años entre estas gallardas paredes lo han tornado  blanco y ríspido.

 

“La Hacienda es toda mi vida. Según me gradué en la escuela técnica, en el año 83, vine a trabajar aquí. Me pasé 25 años en el departamento de Recursos Humanos, atendiendo Organización de trabajo y salario (OTS), luego con el reordenamiento pasé a la línea de yogurt en divisas.

“El cambio de la oficina a la producción fue algo brusco, pero no me tomó desprevenida, porque como normadora y especialista en salario, tenía conocimiento de todas las líneas y flujos productivos.

“En esta área también encontré mi lugar. Me gusta lo que hago, porque trabajo para asegurar la alimentación de niños y enfermos, algo significativo, más en estos momentos que está viviendo el país.”

“Ahora vivo en el campo. Tengo crianza, pero persisto en mi trabajo porque esta es mi vida; vivo de esto. Me parece que si dejara de hacer lo que hago, dejaría de contribuir a lo que la sociedad está llamando en estos tiempos: producir alimentos.

Cuando Idania se incorporó a La Hacienda, apenas laboraban 87 trabajadores y todos los procesos se  hacían de forma manual.

Con el tiempo la fábrica se fue sofisticando a consecuencia de la evolución del país. En estos momentos es una de las industrias esenciales de la provincia para proveer alimentación a niños, ancianos, centros educacionales, hospitales, y más recientemente centros de aislamiento y zonas en cuarentena por la Covid-19.

Sus compañeros de trabajo durante casi cuatro décadas de labor, la han visto transitar por los roles de trabajadora, hija, madre y abuela, de manera que en ella aquello de “Aquí eché toda mi vida”, no es una simple metáfora para salir del paso.

“Como mujer La Hacienda me ha enseñado mucho. Aprendí a cómo llevar la vida jovencita, cuando se otorgaban solo tres meses de licencia de maternidad y mi hijo pasaba más tiempo tirado en el piso o durmiendo encima de la gaveta de un buró, por la necesidad que tenía de trabajar.

“Todas en el departamento éramos mujeres, nos ayudábamos y buscábamos cómo salir adelante. Son bonitos recuerdos. Aquí hay buena colectividad.

Una pregunta humedece los ojos de esta fuerte mujer y echa por tierra toda fortaleza: Cuando alcance su Jubilación, ¿en qué pensará?

“El día de mañana, cuando alcance mi jubilación pensaré  que La Hacienda ha sido mi vida entera. Me siento satisfecha de la vida; de trabajar aquí y de mis compañeros.”

Historias de vida como estas nos recuerdan que más allá de estas paredes hay vida. Cada una es como una marca de agua, imperceptible de lejos, pero cuando miramos de cerca, percibimos la huella de su andar y el peso de su obra.

 

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