Estos son tiempos peliagudos para nosotros, recrudecidos por la pandemia que azota desde el año anterior al mundo y que nos ha causado dolor, tristezas y un esfuerzo inmenso, a lo cual se suma de manera agravada el bloqueo impuesto a Cuba por Estados Unidos.
Todo lo antes expuesto me hace reflexionar sobre lo sumamente difícil que se hace ejercer ahora la profesión de médico, una de las más hermosas maneras de retribuir amor y mejorar la calidad de vida de las personas, proporcionándoles alivio a sus dolencias, pues faltan recursos imprescindibles para lograr tal propósito.
Entonces viene a mi mente con nitidez un trabajo que publiqué hace ocho años, y la voz de esa inolvidable Doctora Delia Salvé Gómez, especialista en Ginecoobstetricia, ya fallecida, que dejó tras de sí cariño, respeto y admiración, al afirmar que “nada iguala al método clínico, ni análisis de laboratorio, ni pruebas especializadas, es esencial en cada consulta mirar ante todo a los ojos del paciente y a partir de ahí, según el estado anímico que estos reflejen, valorar la sintomatología y dedicarle mayor o menor tiempo, pues esa persona no es solo un ser biológico, lo es también espiritual y social, y eso no puede obviarse nunca”.
También aseguraba que ser doctor o doctora es ética, decoro, respeto, comprensión, cumplimiento de las funciones profesionales, saber escuchar, incluso, abrir las puertas de su casa cuando sea preciso y llegar a ser amigo del paciente, en el más amplio sentido de la palabra.
La sensibilidad debe ser una característica inherente de los facultativos, quienes además, están llamados a profesar valores humanos superiores, y todo ello se logra desde su formación, desde que aún no han definido totalmente el camino a seguir.
El médico integral cubano, establecido en una sociedad socialista tiene amplias posibilidades de actualización en los conocimientos de la ciencia y de la técnica, y las virtudes de no causar daño, hacer bien y abstenerse de emplear su pericia en actos coercitivos.
Desde sus inicios la carrera educa en los principios morales de que el trabajo es un deber irrenunciable, evitar las enfermedades es más importante que curarlas.
La reconquista de los métodos clínicos asume una gran importancia en estos momentos, como vía para el ahorro de electricidad y recursos humanos y materiales, además de la falta de reactivos.
La relación médico paciente y el valor de la clínica es fundamental para llegar al diagnóstico.