Pareciera que acordó un pacto de invencibles con el Olimpo e, incluso, con cada tapiz que pisa, desde aquella tarde de verano del 2008, en Beijing, cuando colgó sobre su pecho el primero de cuatro metales dorados.
Tal vez Mijaín López nunca se lo propuso. Pero desde entonces, una y otra vez, sale de su natal Herradura en busca de la Gloria, y la conquista. Ni el más difícil de los rivales se lo ha impedido. Y ahora en Tokio, no fue la excepción.
El Makuhari Messe Hall lo vio empinarse más alto que nadie y por cuarta ocasión consecutiva en una justa olímpica. Así, se convirtió en leyenda, aunque ya lo era, después de igualar en Río 2016 las tres coronas del ruso Aleksandr Karelin.
Hace años no sabe de derrotas, apenas recuerda la última, cuando perdió por bronce en Atenas 2004. ¿Por qué? Será que siempre sale a ganar o se antoja una muralla infranqueable sobre los colchones, en cada participación bajo los cinco aros.
Pero Mijaín también es un gladiador de carne y hueso como sus contrarios, a los que nunca teme. Quizás ahí está la causa de los triunfos en momentos decisivos frente a su enconado adversario de la última década: el turco Riza Kayaalp. Por cierto, el de la final en la urbe brasileña, cuando lo venció 6-0, es uno de los que más recuerda.
Y aunque todos ayudaron a escribir esa larga y rica historia, con casi 39 años de edad (los cumplirá el 20 de agosto), ninguno retumbará como el de esta tarde-noche tokiota, coronada con un 5-0 sobre el georgiano Iakobi Kajaja, además de completar una actuación perfecta, sin puntos en contra en los cuatro combates celebrados (24-0).
Mas, la impronta de Mijaín trasciende los escenarios competitivos, porque es Gigante, tanto dentro como fuera del tapiz. Por eso su eterno agradecimiento a Oscar Pino, el compañero de selección que lo clasificó al certamen de la capital japonesa, durante el último Campeonato mundial.
Hoy, donde quiera que se encuentre el entrenador y artífice de sus primeras conquistas internacionales, Pedro Val, debe sentirse más que feliz: su campeón asaltó el Olimpo para nunca más salir.