Nos habían avisado tantas veces, que no lo creíamos aquella noche de noviembre. Parecía haberse caído una estrella, roto un portón, quebrado la historia.
No se cansaron de sonar los teléfonos ni los lamentos. No hubo persona que, enterada de la noticia, dejara de sacudirse. Muchos soltaron lágrimas largas, de las que corren por la cara hasta la barbilla; otros dejaron escapar preguntas al futuro, también nacieron dudas.
“Murió Fidel”, decía un rumor que duró días después de la inesperada comparecencia de Raúl ante las cámaras de la televisión. Y ese trueno se extendió y llevó a millones a las plazas, las calles, las carreteras o los puentes.
Claro que solo fue una muerte física, una partida, un viaje. Después del 25 de noviembre de 2016, él ha reaparecido en incontables ocasiones, no solo hecho guerrillero o estadista, orador o líder, soldado o gigante.
Lo hemos visto jugarse la existencia repetidamente, abrazar a un puñado de hombres y decirles que ganarían la guerra, seducir palomas en una caravana, acusar con su dedo índice, cazar huracanes, saltar al malecón habanero a disuadir una intentona de revuelta.
Lo hemos visto hablarles a los jóvenes sobre la posibilidad de una ruptura, hechizar al mismísimo plenario de la ONU, sonreír con una broma, desatar pasiones encontradas, darle valor a una consigna, provocar un mar de pueblo .
Lo hemos mirado en los ojos de los niños, multiplicado en un juego de pelota, convertido en canción y en desafío, hecho símbolo más allá de un rombo y un traje verde olivo.
Fidel es presencia y tiempo, cedro que no deja de crecer, profecía absoluta, maestro de generaciones, alumno de Martí, hombre que devuelve la esperanza cuando el gris intenta dominarnos el reloj.
Fidel ha estado en el debate permanente sobre el futuro y la política, sobre la nación y las ilusiones, sobre los desaciertos y los caminos de la patria. Por eso no es casual que los detractores hayan tratado de reducirlo a un término o de imaginarlo como roca-tumba. Quieren, a toda costa, derribar un emblema.
Pero los seres humanos descomunales, aun con sus defectos, no se opacan con palabras. Rutilan y siguen, inspiran, se hacen referencia, marca, vida.