Una piedra blanca, no pulida, salta a la vista y atrae a la lectura del epitafio en versos que la acompaña en el segundo campo de la derecha en la Necrópolis de Bayamo. Debe haber sufrido mucho quien firmó con el nombre de Liana de Lux, cuando no quiere ni una cruz, ni un comentario delante de sus restos mortales.
María Luisa Enriqueta del Carmen Milanés García, es la autora de las estrofas funerarias que impactan al caminante y despiertan, por su firmeza, la admiración más allá de la muerte y el implacable tiempo.
La Alfonsina cubana es recordada de vez en vez cuando la nostalgia trae el aroma de aquellas estrofas inspiradoras, temibles, que presagian el trágico final, en octubre, mes aciago para la poética cubana, en el que se pierde hace 97 años a una de las voces líricas más relevantes de la primera mitad del siglo XX cubano.
Investigadores aseguran que la bayamesa María Luisa Milanés, nació el 15 de julio de 1893 en la finca El Palmarito, que hoy se llama El Sombrero, en Cauto Cristo, antes perteneciente al término municipal de la actual capital de Granma.
Hija de la maestra María de la Luz García Lorente y del General Luis Ángel Milanés Tamayo, no tuvo una vida feliz como lo pudieron augurar la fortuna familiar y la exquisita educación que recibió desde la cuna.
Entre Bayamo, Manzanillo, Santiago de Cuba y La Habana transcurrió la vida de la muchacha de temperamento rebelde, independiente y poético. Atraída por la naturaleza, la flora y la fauna, desarrolla impresionante instinto maternal, que luego, ¡paradoja de la vida! no tiene agua en el cauce.
Leyó y aprendió todo lo que estaba a su alrededor con absoluta disciplina, lo que le permitió tener después una extensa cultura y poder hablar y leer en perfecto inglés, francés y conocer el latín, también expresar sus ideas en verso y en prosa con una belleza incuestionable.
María Luisa aprendió a bordar y a tejer como era usual en la época en que vivió, también era una excelente cocinera. Para ella el momento de la mesa era una pequeña pero sencilla ceremonia familiar.
Mujer cuya belleza no radicó en la deslumbrante coloración de sus pétalos, sino en la exquisitez de su extraña forma y en el aroma insurrecto, espiritual, indoblegable y libre que desprende su carisma.
La poetisa Liana de Lux, supo plasmar desde su más tierno capullo humano, todo el ímpetu interior en las letras, arremolinante y abrasiva que la llevó a expresarse por igual en el lienzo, en el piano, con el lápiz y en el telar y, más íntimamente, frente a las brazas de una cocina típica criolla a la que también hizo aportes.
Razones vastas para rendir homenaje a quién, a pesar de que su vida, estuvo preñada de incomprensiones y rígidos límites para el pensar y accionar femeninos, con la misma naturalidad con que bordaba un pañuelo o hacía el almíbar al calamir (postre tradicional de calabaza), se rebeló en contra de los que pensaban y sentían que las mujeres debían quedar calladas en público cuando se hablaba de temas como el desarrollo económico y político de Cuba.
Con su padre, el General Luis Ángel Milanés Tamayo, María Luisa tuvo una difícil y compleja relación. El Káiser, como ella le llamó, estableció férrea disciplina para la educación de su primogénita, más allá de lo cronológicamente permitido. Huérfano de expresiones de afecto para los suyos, solo traducibles en la preocupación constante por la instrucción refinada y el bienestar material, el padre se trocó en rival de las aspiraciones literarias.
La historia sitúa a padre e hija en extremos relacionales, y ahí están las cartas, los poemas de esta con su progenitor y las actitudes, las acciones de aquel con la muchacha, ejemplos elocuentes del desamor transitorio que en cualquier época ronda los nexos paterno-filiales y que tienen en su base el infinito miedo a las pérdidas, al equívoco de los vástagos en la vida.
Solo es posible verlos tan unidos en la imaginación y la paleta del artista de la plástica que se inspiró en las míticas relaciones parentales que establecieron el General y la poetisa.
Ser incomprendida por su progenitor e infeliz en el matrimonio, no la amedrentaron para levantar su voz en defensa de la independencia y el papel de la mujer dentro de una sociedad que pedía a gritos la participación femenina en todos los ámbitos. De manera especial el rol de la mujer intelectual en el mundo de la cultura.
Liana destruyó gran parte de su extensa obra poética y narrativa. Al morir, los manuscritos fueron a parar a manos de su padre, que los cedió, no sin increíbles amenazas y condiciones, a la editorial Orto en Manzanillo, para que fueran publicados.
De su propia mano encontró la muerte, María Luisa Milanés, impedida de volar por las cotas paternas, coartadas sus esperanzas, murió el 12 de octubre de 1919 en Santiago de Cuba.
Años más tarde sus restos viajan a Bayamo, y descansan en la Necrópolis local, resguardados por una piedra, blanca y no pulida. Allí descansan los huesos de esta inigualable mujer, poetisa y bayamesa, que pide en su epitafio no tener cruz, que una muy grande cargó en su vida, pide paz y ni un comentario. (Texto: Diana Iglesias)