El niño que salvó a cuatro asaltantes

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Por Yelandi Milanés Guardia | 25 julio, 2017 |
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Rafael Corrales Urquiza / FOTO Rafael Martínez Arias

El reloj marcaba las 5:15 de la madrugada del 26 de julio de 1953, y Bayamo despertaba alarmado por una sinfonía de balas. El cuartel Carlos Manuel de Céspedes era atacado por los jóvenes del Centenario, quienes estaban dispuestos a derrocar la tiranía batistiana.

El enfrentamiento duró breves minutos y debido a la resistencia de los soldados y al fallo del factor sorpresa, los mozos atrevidos no tuvieron otra opción que el repliegue en varias direcciones.

Comenzaba entonces una cruel persecución de los guardias y policías batistianos para cobrar con sangre tamaña osadía.

Lejos del cuartel se encontraba Rafael Corrales Urquiza, un niño de 13 años, quien jamás imaginó el papel que desempeñaría en la ayuda y salvación de un grupo de asaltantes.

“Yo trabajaba en ese tiempo con un carretón y había escuchado por la mañana diferentes versiones del asalto, algunos decían que se habían enfrentado entre los mismos guardias y otros hablaban de un ataque protagonizado por jóvenes, pero los comentarios eran confusos.

El inesperado encuentro

“Luego me fui para la casa de Luis Pérez Iglesias, mi jefe, situada donde hoy está el taller del Minint. Afortunadamente los dueños del hogar salieron y me quedé solo atendiendo unos animales.

“De pronto, estoy pasándole el cepillo a un caballo y al mirar para el frente veo un grupo de cuatro hombres vestidos de militar avanzando, me silban, y en ese momento intuyo que eran los del comentario, quienes fácilmente se confundían con guardias. Ese grupo era el de Ñico López, Calixto García Martínez y dos compañeros más”.

“Les indiqué un hueco por donde entrar pero se confunden y salen a la carretera. Rápidamente fui en su auxilio y veo a Ñico López, un hombre alto, que traía una pistola, los otros iban desarmados. Ñico me pide agua y café”.

Aunque Corrales Urquiza era un muchacho de poca cultura se percata del posible chivatazo, y les propone esconderlos en un ranchito o un campito de yuca, pero ellos no estuvieron de acuerdo.

Inmediatamente se da cuenta, por su manera de hablar, que Ñico era el jefe: “Él me pidió ropa civil y le expliqué lo difícil de coger una ropa de allí. La única alternativa era salirla a buscar, porque por lo menos Ñico necesitaba una ropa muy grande. Entonces me dice “no importa” y anuncia la partida.

“De momento llega a la casa una camioneta de repartir leche y aunque era muy endeble ellos querían irse en ese pequeño transporte, pero al final no se deciden porque les recuerdo la persecución. Ahí es cuando preguntan si los puedo sacar de allí, pero les digo que no muy lejos porque debo regresar rápido.

Salvación y represión

“Salimos por la zanja izquierda de la carretera rumbo a Holguín, con la intención de meterlos en el marabú. Los acompañé hasta la Atalaya, un lugar cerca del aeropuerto. Allí Ñico me da las gracias y regreso corriendo.

“Solo habían transcurrido unos 10 minutos de mi regreso cuando llega a la casa el sargento Capote y me pregunta por los que se metieron aquí. Yo le hablé inteligentemente de cuatro militares, pero no les dije para donde habían cogido.

“Él buscó en varios lugares del inmueble conmigo y de tanto meterme y sacarme me ripió la camisita. Luego llegó un cabo menos violento preguntando por los asaltantes.

“Después supe que a Vega, el dueño de una avioneta, lo pusieron a hacer exploración para ver si los veían por los contornos, pero a mis recién conocidos no los vieron. Evidentemente temía por ellos, porque me dijeron que habían matado un grupo en Ceja de Limones el día 27, y pensé lo peor”.

Según supo Corrales Urquiza los cuatro salieron de los marabuzales para la tienda de la comunidad de Santa María. Allí, el dueño, llamado Regino, negoció un reloj con Ñico y le facilitó la ropa civil. Rápidamente cogieron una guagua y salieron rumbo a Occidente.

Por las sospechas de su colaboración fue víctima, posteriormente, de varios registros y análisis como si se tratara de un asesino y no de un niño.

Ese día fue importante no solo para él, porque varios bayameses facilitaron y apoyaron la huida de los revolucionarios.

“Intercambié con ellos alrededor de una hora y media, pero eso significó mucho para mí. Sin embargo, lo más curioso fue que años después descubro a quienes había ayudado, cuando veo una foto de Ñico en un libro de Historia. Desde entonces me sentí muy orgulloso.

“Lamentablemente la represión fue grande y no fue mayor porque no cogieron más gente, pues Batista había dado la orden de asesinar 10 asaltantes por cada soldado muerto”.

A Corrales Urquiza le alegra saber que dos del grupo, Ñico López y Calixto García Martínez, no desistieron de la lucha y se convirtieron en grandes figuras. El primero emprende, posteriormente, la tarea de trabajar en la organización del movimiento 26 de julio.

Partió hacia México para dedicarse a los preparativos de la expedición del yate Granma, tarea en la cual tuvo el privilegio de propiciar el encuentro de Fidel con Ernesto Guevara. Tras el Desembarco  y la dispersión de Alegría de Pío fue asesinado por guardias batistianos.

Su papel en las acciones del 26 de julio en Bayamo fueron tan importantes, que el otrora cuartel Carlos Manuel de Céspedes hoy recibe el nombre de parque museo Ñico López.

Parque museo Ñico López, otrora cuartel Carlos Manuel de Céspedes /FOTO Rafael Martínez Arias

En el caso de Calixto García Martínez se exilió en Costa Rica. Viajó a México para formar parte de la expedición del yate Granma que desembarcó el 2 de diciembre de 1956. Tras el revés de Alegría de Pío integró el núcleo inicial del Ejército Rebelde y participó en varios combates.

Fue ascendido a comandante en 1958 durante la Guerra de Liberación, y luego del Triunfo de la Revolución alcanzó el grado de General de Brigada de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Ocupó cargos importantes como jefe de los Ejércitos Oriental y Central, de la Dirección de Retaguardia de las FAR, del Estado Mayor de la Agrupación de Tropas de la Defensa de La Habana y del Departamento Militar del Comité Central del Partido.

La acción armada no fue en vano

El protagonista de esta historia además del orgullo por salvar la vida de importantes figuras, resalta la importancia del ataque: “El asalto sirvió para incitar a la lucha y despertar la clandestinidad en las ciudades, labor a la cual me incorporé inmediatamente”.

Aquel niño también sufrió detenciones por sus actividades revolucionarias, y se alzó en la Sierra Maestra siguiendo el ejemplo de aquellos valerosos jóvenes, a quienes se hubiera unido teniendo la edad suficiente para atacar el cuartel Carlos Manuel de Céspedes.

Convencido está que la Generación del Centenario hizo aquella hazaña y tuvo ese atrevimiento gracias a un líder como Fidel, a quien dedica su relato, porque gracias a ese “pequeño motor que encendió otro más grande” -como auguró el Comandante en Jefe- Cuba posteriormente fue un país mejor y más libre.

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