Hace una década una niña sorprendió a sus padres con una pregunta aparentemente sencilla: ¿Cómo se llamaron los abuelos de José Martí?
Los progenitores no lograron contestar, pero tampoco consiguieron, en indagaciones por todo el barrio, satisfacer la sed de conocimiento de la pequeña. Hubo entonces que esperar un día para que un familiar buscara en la famosa “red de redes” y encontrara la respuesta. Los abuelos maternos del Apóstol de la Independencia fueron Antonio Pérez Monzón y Rita Liberata Cabrera Hernández; los paternos Vicente Martí Guillot y Manuela Navarro Beltrán.
La anécdota del principio intenta ser chispa de estas letras, porque otros segmentos de la vida del Héroe Nacional son prácticamente desconocidos. ¿Cuántas hermanas tuvo? ¿Cuál fue la trayectoria de su hijo? ¿Cómo fueron las relaciones con sus padres o su esposa? Tal vez muchos encogerían los hombros ante este cuestionario.
Es compresible que suceda, pues solemos acudir a lo repetido: nació en la calle de Paula, fue encarcelado por sus ideas, escribió versos, preparó la Guerra Necesaria y murió en Dos Ríos. Pero, sin olvidar su pensamiento, deberíamos voltear esa realidad, e ir más al ser humano; ese que tuvo divergencias con su cónyuge, recibió reproches de la madre y lloró por la muerte de tres de sus hermanas. Así tal vez pudiéramos entender mejor la encrucijada del héroe, de la que emergió más grande.
EL PRIMER PINO
José Julián Martí Pérez, el primogénito del matrimonio entre Leonor Antonia de la Concepción Micaela Pérez Cabrera (Santa Cruz de Tenerife, 17 de diciembre de 1828 – La Habana, 19 de junio de 1907) y Mariano de los Santos Martí Navarro (Valencia, 31 de octubre de 1815- La Habana, 2 de febrero de 1887) tuvo siete hermanas. Él las definía a “como lirios, para mi alma… que tienen las raíces donde la tiene mi vida”.
Tres de las siete murieron antes que él: Mariana Matilde (Ana) en 1875, a los 18; María del Pilar en 1865, dos días previos a su sexto onomástico; y Dolores Eustaquia (Lolita) en 1870, a los cinco años.
Tales pérdidas sacudieron al poeta, quien homenajeó a Ana en sus Versos Sencillos: “Si quieren, por gran favor/Que lleve más, llevaré/La copia que hizo el pintor/ De la hermana que adoré”. El artista de la plástica mencionado era el mexicano Manuel Ocaranza (1841-1882), novio de la muchacha.
Antes, en otras estrofas conmovedoras, escribió: “Mis padres duermen/ Mi hermana ha muerto/Es hora de pensar. Pensar espanta, /Cuando se tiene el alma en la garganta…”¡Decidme cómo ha muerto;/ Decid cómo logró morir sin verme;/ Y -puesto que es verdad que lejos duerme/ Decidme cómo estoy aquí despierto!”.
Llama la atención que tres de las de su sangre fallecieran en 1900. Antonia Bruna expiró el 9 de febrero, María del Carmen el 14 de junio y Leonor Petrona el 9 de julio. La primera tenía 36 abriles, la segunda 43 y la tercera 46. Amelia murió en 1944, a dos meses de cumplir los 83.
PADRES DE RECTITUD
Es cierto que existieron diferencias de ideas entre José Julián y su padre, quien llegó a Cuba para trabajar en pos de la metrópoli española. En cierta bibliografía hasta se habla de algunos tratos ásperos de Mariano a su hijo.
Sin embargo, la verdad es que, pese a las discrepancias lógicas, el afecto entre ambos no desapareció. Pongamos un ejemplo: Mariano, al visitar al joven Martí la cárcel, se arrodilló a sus pies y lloró asido a su pierna, lesionada por los grilletes.
“Tú no sabes, Amelia mía, toda la veneración y respeto tiernísimo que merece nuestro padre. Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria. Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y todos los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y franca (…) Piensa en lo que te digo. No se paren en detalles, hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. Él nunca ha sido viejo para amar”, le comentaba el hombre de la Edad de Oro a la menor de sus hermanas.
Respecto a Leonor, siempre sufrió hacerla padecer tan temprano. En unas 20 cartas de ella a Pepe -como lo llamaba- hay numerosos regaños, pero muchos traslucen la pasión de una madre por su retoño.
En 1882, le espeta “…Dentro de 3 días cumplirás 29, me resigno, pero no me conformo a que a esa edad con tantos elementos de vida sufras tantas angustias, y que mis muchas reflexiones nada hayan podido en tu destino, pero valor, y adelante, que con salud y buena voluntad mucho se vence…”
Antes, en 1882, le revelaba: “Hace días que quiero decirte algo de lo mucho que en mi alma rebosa y me ahoga; pero con la esperanza cada día de recibir carta tuya, lo dejo para el siguiente. Vana esperanza, vapores llegan a esta todos los días, y para mí no traen nada”.
Como quiera que sea ambos progenitores, junto al maestro Rafael María de Mendive, influyeron en la formación y en el amplio universo de valores de José Martí.
No resulta ocioso destacar que pese a las reprimendas, Doña Leonor continuó siendo su astro idolatrado. He aquí una prueba, cuando José Julián le escribe el 15 de mayo de 1894: “… ¿de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía o de quién pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre? (…) A otros puedo hablar de otras cosas. Con Ud se me escapa el alma, aunque usted no apruebe con el cariño que quisiera mis oficios”.
Tal vez una de las misivas que mejor refleje la relación entre ellos es la que el Maestro envía a Manuel Mercado en 1878: “Mi madre tiene grandezas y se las estimo, y la amo -U. lo sabe- hondamente, pero no me perdona mi salvaje independencia, mi brusca inflexibilidad, ni mis opiniones sobre Cuba.- Lo que tengo de mejor es lo que es juzgado por lo más malo. Me aflige, pero no tuerce mi camino”.
Al propio amigo le confiará Martí en diciembre de 1887 desde Estados Unidos: “¿Sabe que mamá está aquí? Esa es sin duda la salud repentina que todos me notan. Al fin pude hacerla venir, por unos dos meses. Tal alegría, asegura, lo lleva a “sentir menos frío en las manos”.
El corazón de Leonor fue el que más se comprimió por la tragedia Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895. Un lustro después del suceso solo quedó Amelia entre las hijas, entonces fue la encargada de cuidarla. Estruja el alma saber que ya muy anciana se vio obligada a trabajar para sobrevivir. Murió muy pobre, olvidada en aquella llamada República.
SU HOGAR PROPIO
Si estas discrepancias fuesen pocas, sumemos las que tuvo con Carmen Zayas Bazán (29 de mayo de 1853-15 de enero de 1928), la camagueyana con quien se había casado en México, el 20 de diciembre de 1877.
Leer la correspondencia postal entre ellos sobrecoge. Una muestra está en el texto desesperado que en 1881 desde Cuba le escribe la mujer, quien había visto padecer al hijo de ambos de altas fiebres: “Te estás matando por un ideal fantástico y estás descuidando sagrados deberes (…) Nunca se manchó ningún hombre por volver a su tierra esclava ante la necesidad urgentísima de vestir y dar de comer a su mujer y a su hijo, saber con qué curar sus enfermedades y enterrarlos si se mueren”.
Al final fue insalvable el matrimonio porque ella, aunque siguió amándolo en la distancia, no entendió sus ideas. Cuando toquemos el tema hay que volver una y otra vez a un hecho contundente: al saber la noticia de la caída en combate de Martí, Carmen dirigió unas cortas líneas al director del rotativo La Lucha, que hablan por sí mismas: “Ya que aparece en ese periódico la solicitud de una conferencia que pretendí con el señor General Arderíus, acto que suponía esencialmente privado, ruego a usted publique también que lo que me proponía obtener de aquella autoridad, era que se nos facilitara, a mi hijo y a mí, el modo de conseguir el cadáver de mi marido, para hacerlo enterrar en el panteón de mi familia, y quedo a sus órdenes, s.s.q.b.s.m., Carmen Z. de Martí”.
Respecto a Pepito, José Francisco Martí Zayas-Bazán (22 de noviembre de 1878-22 de octubre de 1945), se alistó, con 18 primaveras, en la expedición de Carlos Roloff y se incorporó al Ejército Libertador, en el que alcanzó el grado de capitán. Así honró el nombre de su padre. Quedó prácticamente sordo en el combate de Las Tunas, en agosto de 1897. Se casó el 21 de febrero de 1916 con María Teresa Bancés (8 de febrero de 1890- 12 de octubre de 1980), mas no tuvieron descendencia.
La otra “semilla” infaltable de Martí fue María Mantilla. A ella (28 de noviembre 1880- 17 de octubre de 1962) le escribió con el sentimiento de padre. No por azar entre los objetos personales encontrados al Apóstol luego del combate de Dos Ríos estaba una foto de esa niña.
Ni en la ardorosa y naciente guerra la olvidó, como tampoco tachó de su memoria al resto de los suyos. Ellos significaron un impulso para el hermoso intento de elevar la Patria.
Fuentes
Obras Completas de José Martí
La familia de José Martí, de Luis García Pascual.
Opus Habana digital
Martí, sus padres y las siete hermanas, de Alina Martínez www.radiosanctispiritus.cu/Marti
Portal de José Martí: www.josemarti.cu
Hermoso y duro
Volver sobre la geneología martiana es el mérito de este interesante trabajo, felicito a los autores y a todos los estudiosos de su pensamiento en esa hospitalaria tierra, siempre aprendemos de los demás y enseñamos lo poco que sabemos, muhas gracias por existir.
Luis E Jerez desde Contramaestree . Santiago de Cuba.
Ser moderado y respetuoso en los comentarios es para mi un deber martiano, no un mérito personal. Y el artículo que elogié merece elogio, no sé a que se debe ese cuño que le adicionaron, pero no es mío. Muchas gracias.