Si Abel Guerrero tuviera la oportunidad de ser un libro, escogería La Edad de Oro, así llegaría a más personas, de diferentes edades y partes del mundo.
“Desconozco cuántas ediciones se han impreso de esta obra de José Martí, siempre se agota, se la llevan de las bibliotecas, incluso, quienes no tienen mucho vínculo con la literatura y no son lectores asiduos, se la hurtan de las librerías, o de tu casa.”
Este escritor, compositor, periodista, guionista, asesor y director de programas radiales, -que recibirá en el contexto de la Fiesta de la Cubanía el Premio al mérito literario José Joaquín Palma-, asegura no haber heredado de su familia fortuna alguna, salvo un fino olfato para percibir el cambio climático, lo cual se refleja en una permanente coriza.
Aunque pudiera presumir de los premios alcanzados en el plano musical, entre ellos el Concurso OTI, en 1995, con su tema A manos llenas, interpretado por Mundito González; y la utilización de temas musicales suyos en programas radiales y televisivos de Cuba, Abel no se considera un músico frustrado; sencillamente, no es músico.
Sin embargo, tales lauros corroboran, que aunque en solfeo siempre desaprueba, los estudios desarrollados le han permitido apreciar la música y no ser completamente sordo ante esta.
El gozo tras su primera publicación, fue comparable con el nacimiento de un hijo, suceso no experimentado.
“Ese primer paso, dio lugar a otros más osados, como la edición del poemario para niños “Papá, me compras un mar” y su inclusión en recopilaciones, antologías y textos de su autoría, los cuales le han valido su presencia en el Diccionario de la literatura infantil cubana.
Para Abel, la poesía es hija de la inspiración y del trabajo: “En el caso de la poesía uno viene con ciertas facultades, pero estas no se deben quedar ahí, uno debe preparase, saber por dónde vienen o qué está pasando con esta, en fin, estudiar la técnica para escribir lo mejor posible.”
Ante la hoja en blanco tiene un sencillo tip: ‘que no siga en blanco’.
“Cuando enseño un poema es porque muchas veces he guardado o votado diez, hasta que finalmente los condeno a muerte.”
Sobre su propia poética, manifestó: “Me resulta difícil hablar de mí, y no por cuestión de modestia, sino porque siempre creo que me falta mucho, tengo una gran deuda con mi tiempo, con la poesía. Todavía no he hecho el poema que me permita decir, llegué a la cumbre.
Abel dice aún estar por la plataforma, intentando escalar la cima, para ello, se auxilia del tesón, el trabajo y la inconformidad.
“Como sugerencias a los escritores noveles, y teniendo en cuenta que también estoy iniciando, recomiendo estudiar, escribir y leer todos los días. Este es un oficio del cual uno no se jubila. Y muy importante: ‘Nunca creas que has llegado’.”
Si bien todo cuanto escribe le cuesta mucho trabajo, incluso aquellos poemas salidos de un tirón, pues llevan en sí cierta faena después de redactados, le resulta escabroso lograr los trabajos hechos por encargo.
“En ellos está implícito un doble compromiso, con quien solicita la obra, con la calidad y la poesía. Uno no debe hacer cualquier cosa para salir del paso, es mejor decir no.”
Respecto al Premio José Joaquín Palma acotó: “Se siente un compromiso tremendo, pues muchos colegas lo merecen y eso es una gran responsabilidad.
“Que el premio lleve este nombre es comprometedor y obliga a uno a ser consecuente con esto, porque Palma fue de una limpieza tal, que supo olvidar beneficios personales para luchar por la Patria.”
Pese a dominar las nuevas tecnologías y valorar su importancia y necesidad, sus poemas nacen del coqueteo entre la tinta y la hoja en blanco, de esta forma le resultan más cercanos, familiares e íntimos.
“Me gusta escribir a mano, después pasar el texto a máquina y a versión digital. Escribir a mano me permite ciertas emociones, tachar, borrar, romper la hoja, estrujarla, en fin.”
Desafió su miedo escénico ejerciendo el magisterio durante 15 años y adentrándose en el universo radial, su afición desde pequeño.
Incursionó en la redacción de obras de teatros y hasta cantó en público como parte de un grupo de artistas aficionados; hoy, ni en el baño.
La cocina, comenta, no se le da muy bien, sabe lo que casi todos, freír un huevo, ¿añoranzas? Haber sido corresponsal de guerra. ¿Virtudes?
“Bueno. Nunca hablaría de mis virtudes, porque si tengo alguna, creo, debe descubrirlas otra persona. No por inmodestia, sino porque es altanería y eso nada tiene que ver conmigo. Como decía un señor: ‘Lo mío, que lo diga otro.’