Cuidado, bebé suelto

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Por Gisel García Gonzalez | 12 enero, 2019 |
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No voy a referirme a la comedia fílmica de Patrick Read Johnson que en la década del 90 asumió para su estreno en Hispanoamérica ese título, sino las silenciosas consecuencias de una realidad social que advertía una frase del suplemento humorístico  Palante:Olvídese del perro, cuidado con el niño”.

Con frecuencia en casa comento que quizás me suceda lo que dicta aquella expresión del escritor inglés Lord Rochester: “Antes de casarme tenía seis teorías sobre el modo de educar a los pequeños, ahora tengo seis pequeños y ninguna teoría”. Pues no existen manuales ni fórmulas que  garanticen una maternidad o paternidad responsable y “adecuada”.

Sin embargo, me declaro espantada por las conductas de padres, que al parecer han encargado a la “divina providencia” la educación de sus hijos; y no me refiero al grado de instrucción que  asegura la escuela, sino el modo mismo de comportarse en sociedad, el civismo, la educación formal…

Durante el paso de las comparsas en los carnavales bayameses, numerosos menores de 12 años circulaban en grupos sin la compañía de adultos, y en la Feria Agropecuaria del pasado noviembre el locutor de la ceremonia inaugural informaba que junto a él se encontraban dos niños cuyos progenitores estaban perdidos.

Lamentablemente, si, los perdidos eran los padres, pues qué responsabilidad puede exigírsele a quien su corta edad solo le permite responder con cara de obviedad a cómo se llama tu mamá: “mamá”. Días después observamos con perplejidad a varios adolescentes salir del mencionado evento en tal estado de embriaguez que no se sostenían en pie.

Otros ejemplos constituyeron un detonante para este comentario: una madre enseñando a su hija de dos años a cantar temas de Bad Bunny, un abuelo riéndose a carcajada limpia de las groserías que profería el nieto, o un infante que habla con acento extranjero porque escuchó más los diálogos de un animado foráneo que la voz de sus padres.

La crianza es un proceso en que todos los miembros del hogar están implicados e incluso se debe negociar para salvar de los malos referentes a esas esponjitas ávidas de experiencias y conocimientos.

¡Qué niño tan malcriado!- escucho a menudo, pero tal vocablo no se refiere a una característica innata del chico, sino a una falta grave de la familia que consiente o sede a gustos y caprichos, incapaz de controlar perretas. Cuando veo tales escenas me dan ganas de castigar a los adultos.

No esperemos que arriben a la edad escolar para que la institución y la sociedad se encarguen de iniciar la educación que como bien diría el Maestro empieza con la vida y no acaba sino con la muerte.

Los azares de la cotidianidad no deben distraernos de la encargo social que nos corresponde y la responsabilidad con el futuro que representan esas personitas curiosas y traviesas por naturaleza; pero que  a  usted toca añadir: inteligente, amable, honesta, educada, modesta…feliz.