Sumidos en importantes preparativos y en espera de conmemoraciones, como el aniversario 60 del Triunfo de la Revolución, los cubanos despiden el 2018.
Numerosas son las razones que avalan los festejos en el país: récords productivos, obras concluidas, metas cumplidas, una prueba de continuidad histórica en abril, la rotunda participación popular en la consulta del proyecto de Constitución, la dignidad y la soberanía defendida ante quienes pretenden destruir el socialismo, el homenaje a los iniciadores de la gesta independentista con la contemplación orgullosa de la Patria.
¿Y cómo personas?, más allá de la masa y del sentir colectivo que hace Cuba, la entrega cotidiana que impulsa el desarrollo socioeconómico de la nación, luego de los “cierres”, la “planificación”, el “año fiscal”.
Para el implacable avance del tiempo, diciembre es puro trámite, pues a sus efectos no se puede posponer la vida, siempre llena de finales y comienzos: un galardón en marzo, la jubilación, una boda en abril, cientos de almas apagadas en junio, una graduación, vencer una enfermedad, el inicio laboral, el estreno en la paternidad…
Un aparente declive, una conquista y hasta un premio, nos imponen una nueva meta, un desafío, no necesariamente en los finales de diciembre.
En el andar diario, a nivel molecular, a puro pálpito del corazón, no debe haber años que vienen, ni estribillos del “lunes que viene empiezo”, cada aliento anterior es tan preciado como el siguiente y para convertirse en mejor ser humano el hoy es la única verdadera posesión.
No demore un gesto amable, una buena obra, un te quiero, un beso, cultive la sinceridad y la educación a cada hora, no posponga los sueños. Para llamar al amigo, escribir a un colega, reunir a la familia, no espere el último mes del calendario, que tal encuentro forme parte de los tantos buenos momentos que en esa misma compañía vivió en el “año fiscal”.
Las fechas son solo oportunidades para recordar el valor de las personas, sus sacrificios y sus actos, pero el deber de corresponder y honrar no tiene límites temporales.
Por eso hoy, bese la frente de su hijo, sostenga las manos de su madre, acaricie la barba de su padre, ponga la mano en el hombro del amigo, invite a un café a sus compañeros de trabajo, escriba una nueva línea en aquel cuento que por poquito acaba, siembre en una vieja lata aquella flor que tanto prefiere y haga de ese festejo cotidiano su propia tradición de un ciclo que nunca termina.