Escuché al muchacho y me alarmé. “No estamos en una unidad militar”, dijo encogiéndose de hombros, con el rostro en señal de disgusto. Aludía nada menos que a su escuela, donde, según él, los profesores iban a los extremos para exigir el uso del uniforme escolar y los pelados de los alumnos. “No estoy de acuerdo… deben comprender que nosotros somos jóvenes”, remataba.
Mi alarma surge porque esa postura del estudiante, diseminada en otros coetáneos, delata un deseo de irrespetar reglas y mandamientos pautados por las instituciones. Y porque ese anhelo de desacato ¿inocente?, casi siempre se traduce en actos concretos que van más allá de la vida escolar.
Quien se acostumbra tempranamente a romper normas, en actitud de desafío, luego llega a ponerse contra el tránsito, no solo al de la calle, sino también al de la rutina cotidiana. En ocasiones los comportamientos sobrepasan la ola de la sociedad y se convierten en tempestades.
Mirando y escuchando a aquel imberbe pensaba, sobre todo, en sus padres. Si él logró “entubar” el pantalón, reducir la camisa hasta hacerla parecer un envoltorio de tamales, incrustar una estrella o un pedazo de Sol en su cabeza para ir a las clases… fue por el concurso de su familia.
Esa confabulación del hogar suele pasarnos la cuenta a la vuelta de los años, aunque digamos con los ojos cerrados que los “juntamentos” o la propia escuela “te están echando a perder”.
Observándolo, con sus gestos lanzados al viento y su uniforme modificado, comparé épocas y medité en el papel formador o deformador de la casa en la actitud de las personas. Pensé, por ejemplo, en mi etapa de estudiante, en la cual asustaba de la mejor forma la advertencia: “Vamos a mandar a buscar a los padres”.
Esa oración era una medicina para retomar el camino, infiltrarse más en los libros, recomponer conductas y ponerse al día en las tareas docentes y extradocentes. Simplemente “los padres” parecían una institución sagrada, digna de todos los acatamientos, reverencias y honras.
Con ellos no se podía ni se debía quedar mal aunque en el fondo –y hasta en la superficie- deseáramos andar con los pantalones como tubos de lámparas, las camisas dilatadas (la moda de entonces) y las faldas descubriendo zonas candentes de la anatomía.
La familia también se va constituyendo por ciclos y por tiempos.¨Los padres¨de antaño no son los de ahora; pero volvernos cómplices de la desobediencia escolar –algo por encima del uniforme- nunca será un camino que nos conduzca a la virtud.