Enceguecidos de poder

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Por Yelandi Milanés Guardia | 7 septiembre, 2018 |
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¿A cuántas personas el poder los corrompe y los  cambia?, pensaba, mientras veía a un antiguo conocido que luego de ascender a un puesto de importancia casi ni me respondió el saludo, como si lo hubiera hecho una persona prácticamente desconocida para él.

Afortunadamente, después del triunfo revolucionario Fidel y otros líderes guerrilleros nos enseñaron que la humildad y el vínculo con las masas debían ser conductas propias de los jefes.

Pero, lamentablemente, las personas no son a veces como queremos, aun cuando se les muestre la utilidad y conveniencia de ese comportamiento.

Entonces vino a mi mente lo estipulado en el artículo 9 del Proyecto de Constitución, en el que se prevé la obligación de las instituciones estatales, sus directivos, funcionarios y empleados de respetar y atender al pueblo, mantener estrechos vínculos con este y someterse a su control, en las formas establecidas en la Constitución y las leyes.

Evidentemente, nada está por encima de la población y quienes ocupan un puesto de dirección y se sienten incuestionables e inamovibles, deben percatarse de su grave error.

Es hora de cambiar el pensamiento de aquellos que hacen todo para imponer su voluntad, aunque ello afecte a sus trabajadores o a varias personas.

A cuántos cuando se entronizan se les cae el traje de cordero y olvidan las simuladas poses de humildad, adoptadas antiguamente para labrarse el camino de ascensión.

Qué decepción cuando descubrimos su naturaleza arrogante y altanera, pero bien esclarecedoras son las palabras del expresidente norteamericano Abraham Lincoln al respecto: “…si quieres probar el carácter de un hombre, dale poder”.

La mejor medicina para eliminar esos males es convencerse de que en Cuba no prosperan quienes olvidan su procedencia de las masas y no de élites inexistentes en nuestro país.

Fidel dejó bien claro hace mucho tiempo que esta es una revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, y ello caló tan hondo en los antillanos que siempre lo hemos tenido como precepto.

En esta sociedad de construcción colectiva nadie debe creerse el centro del mundo y que en torno a él o ella gira todo.

Lamentablemente la historia y la vida demuestran que quienes ascienden muy alto sin tener firmeza en la base, caen de forma tan abrupta que no pueden jamás levantarse.

La mejor enseñanza al respecto la encontré en los versos de Raúl Torres en su canción El último mambí, en la cual expresa: “…el poder tan solo se creó para hacer bien a los demás”.