Por naturaleza, el cubano rechaza la palabra intervención, porque le remuerden las norteamericanas de 1988 (arrebató su independencia ganada en buena lid a la corona española) y la de 1906 a 1909, solicitada por el afán reeleccionista de Tomás Estrada Palma, quien así se cubrió de ignominia ante pueblo y próceres independentistas.
Ahora, esta nación culta, muy clara del truco escondido, tampoco acepta la intrusión, aunque la disfracen de caritativa.
¿Quién no recuerda aquella “misión benefactora” en Yugoslavia en 1991, llevada a cabo con el pretexto de solucionar conflictos étnico-religiosos entre nacionalidades en ese país balcánico? ¿Qué pasó en realidad? Los aviones de la Otan plagaron de bombas la región y garantizaron la paz, pero de los sepulcros.
Una escena de la cinta Tras las líneas enemigas ofrece un espectáculo dantesco: un piloto derribado trata de llegar a su base y uno de los obstáculos es un ¡enorme cráter lleno de cadáveres putrefactos!… a la larga, la intervención exacerbó los odios y conflictos que pretendió solucionar.
Siria, Libia y otras latitudes conocen esas intromisiones y, más recientemente, la tierra bolivariana experimentó el disfraz de la ayuda en alimentos y medicinas que pretendió entrar “a pepe” desde la frontera con Colombia, lo cual dio paso a las agresiones militares, a los falsos positivos de que eran las propias huestes bolivarianas rebeladas contra su gobierno. Y aun cuando la mentira fue descubierta, continúan las agresiones mercenarias, mediáticas, políticas, todo ello bajo la etiqueta #SOS Venezuela.
Con Cuba, el tratamiento es “especial”. El # SOS Cuba se ensayó antes de la votación en Naciones Unidas sobre el documento Necesidad de poner fin al bloqueo norteamericano contra Cuba, con la vana ilusión de que el plenario diera la espalda a la razón y a la justicia, y justificara el bloqueo, fracaso total.
Lo prueban ahora ante el complicado panorama provocado por la Covid-19 en todo el país y en Matanzas y La Habana, fundamentalmente ¿Desde dónde? Claro, desde Estados Unidos, aunque manipulen ordenadores y plataformas para “probar” que se convoca desde la propia Cuba.
¿No acepta nuestro verde caimán la supuesta ayuda porque somos desagradecidos? ¡Por supuesto que no! Cientos de países amigos han ofrecido y enviado su ayuda desinteresada y la hemos aceptado con gusto y agradecimiento.
Con SOS Cuba, solo se quiere subvertir el orden imperante en nuestra nación, deslegitimizar a las autoridades y que sobrevenga el caos; esa anarquía explicada en las revoluciones de colores y que, desde el otro lado del canal de la Florida, pretende que se declare un estado de ingobernabilidad, facilitador de la intervención militar, verdadero propósito de ese llamado de auxilio.
Esos llamadores, ¿son amigos del pueblo? ¡No, hombre, no! Ellos no aman ni a sus familiares que viven aquí; si lo hicieran, no convocaran a una guerra entre hermanos. Recordémosles, una vez más, que balas y bombas no son tan inteligentes como para matar selectivamente.
En cuanto a la posición oficial del presidente Biden y otros políticos que apoyan los disturbios del pasado domingo 11 de julio, como siempre, es falsa y manipuladora.
Los disturbios en la capital cubana y otras localidades del país desembocaron en actos vandálicos, marginales, y nunca estallidos sociales, como pretendían los “reclamantes de auxilio”. Ante ellos, se formó la tángana juvenil revolucionaria que puso a los revoltosos en su sitio. Porque, trayendo al patriota Abdala a nuestra realidad, “contra mi país, mi nación, mi independencia, ¡ni jugando!”