Perspicaces televidentes

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Por Gisel García Gonzalez | 10 julio, 2015 |
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Los medios de comunicación y las nuevas tecnologías empleadas por estos para la difusión, algunas ya no tan novedosas, constituyen parte de nuestra realidad cotidiana y su función de entretenimiento ocupa generalmente nuestro escaso tiempo libre, principalmente en la recién iniciada etapa veraniega.

Incluso soportes cada vez más creativos, cómodos y eficientes nos permiten obviar la elección que según valores y parámetros ideológicos, sociales, históricos, estéticos, artísticos y económicos realizan, no siempre de manera acertada, los decisores de nuestra programación nacional.

Así, novelas, filmes, series, talk y reality shows, mayormente extranjeros, invaden la sala de nuestros hogares sin más censura que nuestros propios gustos y preferencias.

Estos productos no solo nos introducen en el conocimiento de culturas distintas o no a la nuestra, al tiempo que presentan comportamientos, valores e ideas, según la intención de sus realizadores, además, pueden no responder positivamente a ninguno de estos principios, carentes de calidad estética y reflejo de contenidos en exceso violentos.

Enarbolando las supuestas preferencias del consumidor parece ser el mercado quien determina el contenido y la forma de estas construcciones audiovisuales; de esta forma, los temas violentos y sexuales resultan más “atractivos”, aunque sean culturalmente agresivos y no desalienten la integración de tales conductas en el entorno social.

El medio televisivo a diferencia de otros, privilegia la respuesta emotiva y sensorial de los humanos sobre el análisis racional, de ahí que alentemos a viva voz a los héroes, odiemos a los villanos, brinquemos ante un acto en extremo riesgoso o lloremos. Ante la pantalla pasamos de la alegría al odio, la vergüenza, el placer, la angustia, el miedo.

Tal reacción es, por supuesto, natural, lo alarmante es la apropiación, tal vez inconsciente, de no siempre adecuados patrones de referencia en la percepción del mundo, en su funcionamiento económico, cultural, y político.

Hoy, más que nunca, se hace necesario entrar en el mundo de la comunicación, desde una postura crítica, que conlleva reflexión y escepticismo.

Sin embargo, la paradoja está en que las grandes gestoras de los contenidos televisivos y cinematográficos no tienen una extraordinaria vocación de servicio público, al contrario de las cubanas, sino que están totalmente abocados a una carrera de competencia, tratando de conseguir el mayor número de abonados, compradores, ofreciéndoles espectacularidad y éxito seguro.

La educación de los públicos, desde tempranas edades, en las escuelas, debe constituir una de las vías para revertir o prevenir las consecuencias de este fenómeno.

Las instituciones escolares en la sociedad de la información deben promover una postura reflexiva, criterios de valor que permitan a los alumnos discriminar y seleccionar aquellos productos de mayor calidad cultural; sacar a la luz los intereses económicos, políticos e ideológicos que están detrás de toda empresa y producto mediático.

Entender la información transmitida requiere contar con   mínimos conocimientos previos sobre los aspectos más diversos: historia, geografía, política nacional y extranjera, moda, literatura, biología e ingeniería; además de otro saber no ubicado en ninguna disciplina específica; la capacidad de valorar, interpretar, discernir y matizar lo visto y escuchado, para crear un criterio propio.

Un público culto e inteligente ante la tv es como la audiencia del mago: sabemos que lo que vemos es el resultado de elaborados e ingeniosos trucos, pero esto no nos impide disfrutar la magia.