¡Qué gran equivocación!

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Por Luis Morales Blanco | 28 mayo, 2018 |
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Ahora, después de su muerte,  con cientos de delitos impunes, muchos ilusos, por supuesto en el exterior y desde   allí, pretenden dignificar a Luis Posada Carriles e incluso algunos lo llaman el héroe que dedicó toda su vida a mantener los valores del llamado mundo libre a luchar contra el comunismo.

¡Qué gran equivocación! ¡Qué falsedad!

Ese señor tenía el homicida encarnado hasta el tuétano, incluso algunos de sus camaradas juveniles lo reseñan como cruel con los animales y sus semejantes, abusador y desde muy joven vinculado al régimen batistiano.

Más tarde, después del triunfo revolucionario aquel que recibía el apodo de Bambi (el tierno venadito de Disney) se revelaría como el más sanguinario fratricida que conoce el hemisferio occidental. No hay nada más que circunscribirse a los hechos y a la “historia” de ese tristemente célebre personaje y si no que se les pregunte a los familiares de los 73 pasajeros del vuelo 455 de Cubana que estalló en pleno vuelo con la autoría intelectual de Posada Carriles -Orlando Bosch quienes pusieron los artefactos criminales en manos de Hernan Ricardo y Freddy Lugo, mercenarios venezolanos.

Preguntar también a los hermanos Cremata Malberti cuyo padre fue asesinado en ese vuelo a los parientes del equipo nacional de esgrima, a todos los mártires de Cubana de Aviación y a los familiares de los jóvenes guyaneses que jamás pudieron graduarse como  médicos en Cuba gracias al engendro que hoy algunos intentan idealizar, a los ciudadanos coreanos….

Que se les pregunte a las víctimas de quien se hacía llamar el Comisario Basilio cuando era un torturador más del Dirección General Sectorial de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP) entre los años 1969 y 2009 en Venezuela.

El periodista  Jean-Guy Allard estudioso del tema y del individuo afirma  que una investigación realizada en Cienfuegos, tierra natal del innombrable,  con testimonios de vecinos y examen de archivos, revela varios aspectos hasta ahora desconocidos de la personalidad de un individuo que, como parte de sus operaciones para destruir a la Revolución cubana, la CIA seleccionaría más tarde para integrarlo al equipo de sicarios de la siniestra Operación 40 de marcado corte terrorista.

Ese es él y no el que una descarada y mentirosa aseveración sitúa como militante revolucionario, la que sea cae por sí sola  pues en febrero de 1961, apenas 14 meses después de la toma del poder por Fidel y sus rebeldes, Posada se asila en la Embajada de Argentina, alegando ser perseguido.

Así recomienza la  tenebrosa historia de un ente que, siempre cobijado por el manto de la CIA y sucesivos gobiernos norteamericanos, sembró el terror en Cuba y en el continente americano, no importaba que confesara sus crímenes o mintiera descaradamente en sus memorias.

No importaba que durante más de 50 años hiciera más daño que muchas pandemias: siempre salía airoso porque sus amigos norteamericanos le permitieron que muriera impune.

Esta es una apretada síntesis: la cadena del terror de  Posada Carriles fue muy larga.