El reto posterior al referendo

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Por Osviel Castro Medel | 4 marzo, 2019 |
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Sobrevino el “gran día”, el 24 de febrero, una fecha comparable al 19 de abril de 2018, cuando pinos nuevos recibieron la antorcha de la continuidad de manos de la admirada generación histórica.

Sería un pecado creer, ahora mismo, que estas del domingo fueron unas votaciones coyunturales, solo para refrendar una Carta Magna “atemperada a las nuevas circunstancias”, como suelen decir algunos.

La esencia del 24-F radica, como ya han señalado respetados columnistas, en que significa una “suerte de comprobación” de la madurez del proceso revolucionario y su institucionalidad, a veces menguada en nuestro diarismo por varias prácticas del verticalismo y otras rutinas que nos condujeron no solo a la incultura constitucionalista.

Esa madurez tendría que medirse, más que por el número de votos positivos para aprobar la Constitución, en la postura de los ciudadanos después del referendo y en el crecimiento del protagonismo del “soberano”, quiere decir, del pueblo.

No basta con que aprobemos la Ley de Leyes si los ciudadanos -una categoría superior a individuos- permanecen “acríticos” ante el Estatuto Fundamental o lo tienen engavetado en el fondo de sus vidas, como pasó tiempo atrás.

Y cometeríamos otro yerro gigantesco si pensáramos que después del resultado positivo ya las masas, de un “golpe de urna”, tendrán toda la cuota de poder que necesitan o se borrarrán viejos estigmas entronizados por el burocratismo, el acomodamiento de funcionarios y el famoso estancamiento mental.

Una votación mayoritaria tampoco llevará de inmediato al país soñado: ese donde las normativas y disposiciones se cumplan al pie de la letra por las instituciones y la ciudadanía.

Después del 24 de febrero, con la aprobación de la reforma, vendrán necesariamente cambios en leyes secundarias y decretos, pero el quid del asunto es que logren -como debería suceder con la Constitución- el acatamiento, el máximo respeto y la formación de un culto de disciplina y observancia.

Por fortuna, el proceso de debate del Anteproyecto y otros hechos sucesivos sirvieron para que muchos compatriotas, que antes permanecían en letargo, se ilustraran respecto a sus derechos y comenzaran a detenerse, al menos, a pensar en los imprescindibles deberes.

 

He visto a más de una persona portando en sus manos la Constitución vigente y la nueva Carta Magna como si fuesen credenciales abrepuertas en instituciones en las que han sufrido los conocidos “peloteos”. Tales actos, aunque parezcan ejercicios vanos, denotan posturas menos pasivas -a ratos se encumbró la indiferencia colectiva- en relación con situaciones que golpean a la gente. Y eso se lo debemos, en buena medida, al movimiento de neuronas generado por el debate de la Constitución.

Claro que eso tampoco sería suficiente; en nuestro entorno galopan otras realidades que requieren más que el activismo de las personas o que un  “volcán cerebral”. Aunque, de cualquier modo, deberíamos aprovechar sin frenos la oportunidad histórica que hoy se nos asoma para seguir intentando, como imaginaron Martí y Fidel, un país más democrático y libre, con prosperidad y mayor justicia social.

Sobre el tema, el excelente articulista Ricardo Ronquillo Bello, actual presidente de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec), señaló que, a partir de ahora, “están en juego aspectos estructurales, funcionales, institucionales, jurisdiccionales y hasta políticos con derivaciones en lo económico y lo social, con un énfasis especial en la importancia de solidificar el proceso de institucionalización”.

Se trata, a la sazón, como refería el propio Ronquillo, de un reto doble que sobrepasa lo simbólico: hacer germinar más las industrias, los surcos, los comercios y las calles; pero también demostrar con hechos concretos que el socialismo es capaz de procrear libertad plena y una verdadera emancipación individual y, por ende, ser un modelo cautivador frente a un capitalismo que, a pesar de mostrar diariamente barbaridades y perversiones, ha sido capaz de generar el desarrollo de las tecnologías y de buscar fórmulas para salir de sus célebres crisis cíclicas.

Por eso necesitamos apuntalar la esperanza ante tamaños duelos. Hay muchas razones para creer, pese a todo, que empezaremos a vencer en este otro reto.