En este movido mundo de la “oferta y la demanda” se ha visto ya lo humano y lo divino, al punto que la libra del “tomate carretillero” ha arrancado cotizándose a 20 inofensivos pesos.
¿Cómo es posible que dos o tres unidades de un producto nada exótico en nuestros campos llegue a valer el día entero de trabajo de un obrero? ¿O será que esta mercancía –para esgrimir una justificación machacada- fue traída de Mesopotamia o de la República Incooperativa de Tomatilandia y no lo sabemos?
“La caja está por las nubes”, me dice un vendedor a la entrada del mercado Luis Ramírez López, de Bayamo, cuando le pregunto si esos tomates hablan o estudiaron matemática. Y luego me cuenta el vía crucis de sus candidatos a ensalada y, por supuesto, del “trabajo que paso” para traerlos desde un punto situado en una lejanía inlejana.
Pero aun cuando el producto haya sido transportado desde el mismísimo mercado hasta las afueras sigue costando un ojo. Y lo que más preocupa, a fin de cuentas, es la propensión de muchos expendedores a imponer la filosofía de “sálvense quien pueda”, esa que, cuando estudiamos Economía Política, nos afirmaban que era característica de otros sistemas, salvajes e inhumanos.
En la propia entrada del citado establecimiento y en algunos puntos de la ciudad, varios pregonan: “La buena papa, a 15 la libra”, para recordarnos, tal vez, que el tubérculo es una rareza en el Oriente cubano –algo que a muchos nos choca y rechoca- y para comerlo debemos herir nuestros bolsillos o ¿mudarnos?
A riesgo de parecer repetitivo, remarco que nos sigue persiguiendo un reto social inmenso: hacer que nuestro salario no sea representado por 30 tomates o por 50 aguacates, o, incluso, por un simple zapato.
Sí, porque no podemos ocultar tampoco –problemas globales y genocida bloqueo aparte- que estatalmente hemos caído en la trampa de poner la varilla demasiado alta a productos perentorios, a veces vendidos con rebajas insignificantes, o peor, al mismo precio, después de cientos de lunas.
Tales alturas injustificadas han servido de bandera a carretilleros, pregoneros, timadores y sofocadores del mercado que comparan montos y, estimulados por la excesiva tolerancia, por el consabido engaño de oferta y demanda –pues no hay oferta verdadera ni variedad alguna- martillan y clavan espadas, a diestra, a siniestra.
A casi 60 años de que la Paloma de vuelo popular soltara sus alas por campos y ciudades sería imperdonable olvidar que ella nació de los humildes, por los humildes y, sobre todo, para los humildes, como enfatizó Fidel en memorable discurso, no siempre puesto en la cabecera de la nación.
Duele mucho que esos humildes, levantadores de un país y estimuladores de un sueño gigante, choquen a menudo con un tomate nublador de miradas o con una cebolla vendida como si fuese un paisaje andante.
Por ellos tendremos que seguir batallando y escribiendo aunque algunos intenten reírse y colocar una ensalada en Marte o Júpiter. Por los humildes deberemos hacer que la verdad se vuelva eco y, al menos, esperanza.