Cuba ha informado ya los principios sobre los cuales se apoyará la economía nacional en el 2016, en nuestro criterio, una trilogía que por ningún concepto es nueva, sino buscar ser mirada y asumida con mayor y definitiva responsabilidad.
Entra en ese grupo, el ahorro, sometido cada año al compromiso de empresarios y colectivos obreros, con discretos ascensos, pero sobre todo, con infinitas reservas.
No se trata de no gastar lo presupuestado de antemano, sino de optimizarlo, de ejecutarlo con calidad y eficacia. En ese sentido, nuestro entorno inmediato tiene ante sí un buen trecho por recorrer.
El segundo integrante de esa trilogía es el incremento de la producción de bienes materiales, que pasa por una mayor prioridad a lo referente a las producciones físicas, un tanto ignoradas durante años, porque organizaciones productivas y de servicios están más preocupadas en lo ingresos monetarios, a costa de precios que exageran no pocas veces para salvar los incumplimientos de bienes planificados.
Sería injusto negar que este asunto particular se manifiesta de una mejor manera en relación con años anteriores. En el 2015, por ejemplo, Granma incumplirá solo 25 de las 116 producciones planificadas, cuando en etapas precedentes ni siquiera se llegaba a la mitad de lo concebido.
Y no bastará con alcanzarlas a todas, sino en volúmenes que permitan una distribución equilibrada, y evitar que un pepino -por mencionar dos productos agrícolas-, siga costando cuatro pesos, y casi tres un plátano macho.
Disminuir los precios, tanto en el sector no estatal como estatal, depende de un mayor incremento en la producción de bienes y servicios, está dicho.
La comisión de trabajo del Parlamento cubano, que analizó en estos días la propuesta del plan económico para el 2016 abogó precisamente, por la adopción de políticas macroeconómicas más integrales, capaces de estimular el vínculo estrecho entre la ciencia y la producción de alimentos, y el apremio con que deben adoptarse los cambios para contrarrestar las problemáticas que más afectan a la población, entre estas el suministro de alimentos y los elevados precios.
Cierra el conjunto de claves, la responsabilidad que toca a las administraciones, quienes han sido convocadas a apegarse más a los retos que imponen esos principios básicos, a valorar el papel de la ciencia (son incontables los estudios e investigaciones que aún duermen en gavetas), y a ser coherentes con el aprovechamiento de las facultades otorgadas a las entidades empresariales.
El 2016, puede, si queremos, ser el año que marque el despegue definitivo de la economía, y por ende, la solución de muchos de nuestros problemas sociales.