Nada es más importante que la paz. Ella es como la luz cuando nos llama el amanecer, como los sueños, como la cuna engalanada para el nacimiento, como el alba de nuestro optimismo y esos deseos inquebrantables de manos juntas y frutas compartidas.
Por eso, amigos, hermanos, amigas, hermanas, estamos hoy aquí andando con andante, titiriteando la ilusión de una vida mejor con el mejor de nuestros trinos, como si los corazones, abrazados en la misma sístole, en la misma diástoles, hubieran liberado los pájaros de nuestra esperanza para cantarle a la buena fe que es la paz.
Ninguna voz es pequeña para cantarle, ninguna mano débil para alzarse sobre los temores, las miserias humanas, los crímenes y la angustia.
Quizás ahora en este preciso momento, un campo de girasoles arda, y vibre, inaudible, un lamento remoto que no nos alcanza pero que está ahí, lacerante, acusador. Quizás allá, en el otro lado de la balanza, alguien, un ser anónimo, sin rostro, como el humo disipado después de la batalla, esté en un rincón de este injusto y desigual mundo, acuclillado, en silencio, llorando sus palomas, quizás se llama Alí como el de Las mil y una noche o Francisco o Juan y duerma hoy cubriendo su cuerpo aterido de frio, con las noticias del mundo y soñando un sueño sencillo, austero como su vida: que desde el cielo, desde su cielo humilde, un pan enorme deja caer migas sobre el mundo. Quizás en una playa remota, lejos de nuestras costas, el cuerpo de un niño, bese la arena, ahogado por la ola de la inmigración, cuando su familia, huyendo de la guerra, encontró la muerte en una playa sin esperanza.
No habrá paz si damos de comer a las guerras, esa bestia incontrolada que engulle la vida del hombre y cuanto ha creado. Pero tampoco podrá vivir si agredimos lo diferente y podamos, con un arma brutal, la diversidad sexual, de género, de raza, para agredir así la paz del espíritu y quebrar, como a una rama dolorida, al otro. No podrá existir mientras respire como un pulmón inmoral la injusticia y la desigualdad.
Titiriteros por la paz, en esta playa enorme que se llama humanidad, somos granos de arena, separados nos vuela el viento, nos tragan las aguas, unidos existimos como esa arena cálida, amorosa, con la que los niños, esos locos bajitos que aman las ventanas y tienen síndromes de libertad, arman sus castillos, que quizás duren poco pero alimentan la imaginación y la felicidad al construirlos.
Los títeres que hoy acompañan nuestros sueños no son retazos de tela sin alma, no, los títeres son luces esperanzadas, que guiñan, con la magia de la mano de sueños, las voces guardadas en el alma y los sentimientos. un títere puede tocar a la puerta de tu corazón y susurrarte al oído y cantarte, emocionarte y seducirte y alegrarte los días y gritar con esas voces de colores inconfundibles: Paz, Paz, Paz. Sostengamos esa voz, que Alí, o Pedro o Juan, o Ana Frank o el nieto de la abuela de mayo desaparecido por el crimen, o las manos quebradas del trovador Víctor Jara, o los ojos insomnes de Abel Santamaría cegados en la noche de los asesinos, sepan que un títere de amor le está cantando a la paz y que esa canción nada ni nadie podrá apagarla porque es un fuego eterno, indestructible. Alcemos los títeres de nuestra esperanza: ¡Qué viva la Paz!
Saludos vuestras palabras para los titireteros del mundo, cobijadas en el interior de las muy suyas. Desde mi convalescencia prolongada, arrimo las mías hacia su esposa distinguida Lucía y sus hijos apreciados. Con Amistad y Poesía, atentamente, Eddy Rafael Pérez.