La felicidad llegó a casa más rápido que ellas, cuando desde la portería divisaron a su mamá y le gritaron desbordadas de alegría y sin sospechar la tormenta: “No hay más escuela hasta después de la semana de receso”.
La madre miró incrédula a las pequeñas, las abrazó como de costumbre y se echó a reír junto con las infantes, que no paraban de contar los nuevos planes, detonados a partir de una emergencia sanitaria mundial: la pandemia del Sars-Cov-2.
_ ¡Mami, la profe Xiomara ahora nos dará clase por el televisor!, dijo una de las mellizas que cursan el tercer grado en la escuela Ángel Verdecia García, de Bartolomé Masó.
_ Sí mami, tienes que pedirle a la seño una mesa y las sillas para escribir como en el aula, porque en el balance es muy incómodo, repuso la otra de inmediato.
-¿Cómo es eso?, dijo la joven madre sorprendida, mientras les chequeaba con la vista la rutina de quitarse el uniforme y no crear desorden.
– Cómo te lo explico otra vez- anunció la primera en dar explicaciones, que dividió las palabras en sílabas y acortó el mensaje para hacerse entender mejor “no-hay-cla-ses”.
No paraban de hablar. Tenían previsto cada actividad con su horario, cada minuto con sus milésimas de segundos. El Covid-19, a esa hora no podía penetrar en sus consciencias con el terror que ya enfriaba a muchos ante la desesperanza, la inseguridad y el creciente paso de la enfermedad en el orbe.
Minutos más tarde se confirmaba la noticia. En la Mesa Redonda del pasado día 23 de marzo, el Primer Ministro de Cuba, Manuel Marrero Cruz, detalló.
“Desde mañana y hasta el 20 de abril serán suspendidas las clases como medidas preventivas ante la amenaza de la COVID-19”.
De repente en la casa, el ánimo descendió como una vela cuando te abandona en la intensidad de su luz, y las dudas saltaron.
“Mamá y mi abuelita ahora, cuándo volveremos a verla”, fue de las primeras preguntas.
“No podremos jugar con nuestros amiguitos”, estuvo también dentro del interrogatorio.
Con una sonrisa que demuele en un instante la mayor de las angustias y que solo las madres saben formular en tiempos de contingencia total, llegó el alivio, pero no pasó la tristeza, aunque escucharon “todo estará bien pronto”.
Pasados los días, las clases volvieron, pero la profe Xiomara no apareció en la pantalla. Las travesuras escolares comenzaban a convertirse en anécdotas irrepetibles. Los amiguitos los veían solo en fotos. El silencio, de vez en cuando las abrumaba.
No obstante, el encanto no pasó mucho tiempo oculto para las niñas, quienes descubrieron en la modalidad de teleclases motivaciones sugerentes que ahora cuentan como una de las mejores cosas del día.
“No sabemos quién esa profesora nueva. Pero nos gustan un poco sus clases porque pone videos”, comentó una.
Al tiempo que su par valora que las clases son lindas, aunque lamenta que algo cortas. Especifica que Español es su favorita. “Se aprende mucho”, recalca.
La madre se siente aliviada. Refiere que así ganan el tiempo de manera útil y no se distancian del aprendizaje.
Deja una sugerencia que puede corregirse: “quitan demasiado rápido las cosas”, cuando quizás si aprovecharan los 45 minutos de un turno, y no 30, fuera mejor.
Un niño es el mejor ejemplo de supervivencia, es un manojo de alternativa cuando se avalancha lo imposible. Busca, y encuentra con toda certeza, la manera de salir adelante.
Y aunque las preocupaciones por la abuela, la tía y otros seres queridos distantes, soplan preocupaciones en sus cabecitas, Dayli y Dayana Cruz Peña se embriagan de alegría y celebran esa suerte de estar vivas entre paredes que comienzan a ser de letras.