Desde el Alto del Naranjo, mirador de excelencia del Parque nacional Turquino, el visitante experimenta el placer de estar en un lugar especial y privilegiado.

Por un lado, el impresionante paisaje de montañas y vegetación. En otro, la llanura Cauto-Guacanayabo con sus grandes bellezas y contrastes.

Hasta allí llegamos venciendo pendientes y curvas difíciles por una atrevida carretera, capaz de resistir los embastes de la naturaleza.

Diversos proyectos y programas se han ejecutado por la entidad de Flora y Fauna para proteger las áreas abarcadoras de cientos de miles de hectáreas.

Ello incluye el enriquecimiento de bosques, tratamiento y medidas contra incendios, rescate de formaciones vegetales, de especies amenazadas y endémicas, aves, mamíferos terrestres y marinos.

La repercusión del trabajo silvícola, pionero en la reforestación de Bartolomé Masó, el control de la erosión y la profusión de árboles en peligro de desaparecer (ahora conviven en la floresta) avalan, entre otros, sus resultados.

En continuo ascenso también la labor de educación ambiental para transformar la conducta de los pobladores radicados aquí en unas de las mejores áreas preservadas del país.

Los frutos de ese influjo están presentes en la orientación vocacional y preferencia de niños, jóvenes y adultos por el tema y con la adquisición de nuevos conocimientos acerca del cuidado del entorno.

Detalla la existencia de evidencias e informaciones de los campesinos que apuntan hacia la real posibilidad de hábitat de raras aves, cuyas especies en el mundo pudiera estar viviendo por estos parajes sobre todo en los troncos de pinos de grandes alturas.

El parque, situado en el mismo corazón de la Sierra Maestra, por sus valores históricos, alto grado de endemismo de la flora y fauna y preciosos paisajes clasifica como un sitio exclusivo para las presentes y futuras generaciones.