Pedro Figueredo y Cisneros, nació en Bayamo el 29 de julio de 1819. Sus padres fueron Ángel Figueredo Cisneros y Eulalia Cisneros. La educación primaria la hizo en su ciudad natal, primero en el convento de Santo Domingo y posteriormente en el convento San Francisco.
En 1834 ingresó en el colegio San Salvador, en la barriada habanera Carraguao, donde cursó el bachillerato en filosofía. Su inteligencia y dotes artísticas le ganaron el apodo de El Gallito Bayamés. Según un periódico español en este plantel se nutrió de encono y odio a España.
En 1838 viajó a España a cursar estudios superiores en la Universidad de Cervera, en la capitanía general de Barcelona, siendo en las aulas compañero de su coterráneo y pariente Carlos Manuel de Céspedes. A la par de instruirse en los textos, estudiaba piano y realizaba composiciones musicales. Cuatro años después se graduó de Licenciado en Jurisprudencia, cuyo título revalidó en la Universidad Central de Madrid. De esta manera obtuvo el pergamino de Abogado del Reino.
Seguidamente visitó Francia y otros países de Europa, donde se nutrió de las ideas progresistas más avanzadas de su tiempo. Regresó a Bayamo en los en noviembre de 1842. Poco después contrajo matrimonio con la señorita Isabel Vázquez Moreno, de cuya unión nacieron once hijos, ocho hembras y tres varones.
Amante de la cultura, en febrero de 1843 fundó junto a Carlos M. Céspedes la Sociedad Filarmónica Cubana, siendo electo su presidente, y .en 1849 contribuyó con cuantiosos recursos para erigir el Teatro Bayamo, donde estrenaron varias obras de su creación, entre ellas Tribulaciones de un barbero y Un bobo en Paris, no localizadas aún.
En el año 1851, asediado por el gobierno, por sus ideas avanzadas, se vio obligado a abandonar su pueblo y se trasladó a la capital y en 1856 fundó el diario El Correo de la Tarde. En este órgano de prensa dio a conocer algunas contradanzas y valses de su autoría, y varios artículos titulados Una excursión por la sabana de Yara. En 1849 retornó a Bayamo y fijó su residencia en la finca Las Mangas. Desde 1855 comenzó a colaborar en los periódicos locales El Boletín de Bayamo y La Regeneración.
En virtud de los trabajos revolucionarios que venía efectuando Francisco Vicente Aguilera, y a los que él no era ajeno, desde 1851 resuelven convocar en agosto de 1867 a los más notables miembros de la sociedad bayamesa, que se congregan en la morada de Perucho. Entre las resoluciones allí adoptadas, fue la más esencial el nombramiento del Comité Revolucionario, siendo elegido por unanimidad: Presidente, Francisco Vicente Aguilera; Secretario, Francisco Maceo Osorio; y Vocal, Perucho Figueredo.
En medio de los trajines conspirativos el apasionado patriota recibió la encomienda de crear la música y la letra de La Marsellesa cubana, es decir, al igual que la Francia heroica dotar a su patria de un canto de guerra, que moviera los más sublimes sentimientos a la redención nacional.
Una vez creada la pieza, acudió al maestro de la banda de música de Bayamo Manuel Muñoz, quien la instrumentó. Se aprovechó la fiesta del Corpus Christi del 11 de junio de 1868 para darla a conocer públicamente en la Iglesia Parroquial. Era tal el vigor del canto bélico que de inmediato llamó la atención al Teniente Gobernador de Bayamo, teniente coronel Julián Udaeta, quien hubo de llamar a Perucho, y sin mucha cortesía le preguntó qué tipo de música había compuesto pues no parecía de carácter religioso, y si mucho de subversivo.
Con gran aplomo respondió a Udaeta que se veía a las claras que no era músico, y le recomendó que no opinara de lo que no sabía. Figueredo mantuvo en firme que era una liturgia al Creador, con el propósito de mantener oculto, a como diera lugar, el verdadero sentido redentor del canto.
Cuando el Comité Revolucionario comenzó sus trabajos, trataron de extender estos al resto de la isla. Se dispuso que Perucho Figueredo viajara a La Habana dada las relaciones que allí tenía. Efectivamente, contactó con el grupo de Miguel de Aldama y José Morales Lemus, los que atrapados por las pinzas del anexionismo, negaron por el momento toda ayuda a los bayameses. El Gallito Bayamés regresó con un inmenso disgusto en el alma, pero dispuesto a seguir adelante costase lo que costase.
Los trabajos revolucionarios pronto se extendieron por todo Oriente y Camagüey, y el 3 de agosto de 1868 se reunieron en San Miguel de Rompe, Las Tunas, los representantes de los diferentes comités patrióticos. Esta junta la presidió Carlos M. de Céspedes por ser el de mayor edad. Los acuerdos fueron avanzados pues fijaron la fecha del 3 de septiembre para el alzamiento.
El 10 de octubre de ese mismo año, Figueredo recibió aviso de Céspedes, y se alzó en el ingenio Las Mangas tres días después al frente de 500 hombres. Alarmado, el Gobernador Militar Udaeta, nombró una comisión de bayameses que debía avistarse con los sublevados. La comisión se dirigió primero a Francisco Maceo Osorio que se encontraba en El Dátil. Maceo Osorio se niega a entrar en relaciones y manifiesta que acataría lo que Donato resolviera y Mármol a la vez se excusa, exponiendo que Perucho era el jefe superior y que a él competía la resolución de aquella delicada proposición. La comisión desde el campamento de Mármol, pasó al de Figueredo que se encontraba en Las Mangas. Los enviados se presentaron ante él y dieron cuenta de sus pasos y de las manifestaciones de aquellos jefes, ante los cuales habían acudido. A lo que contesta Figueredo: “¡Yo me uniré a Céspedes y con él marcharé a la gloria o el cadalso!”. La comisión bruscamente se separó, resuelta a coadyuvar al movimiento, uniéndose a la Revolución.
El día15, marchó a unirse a Céspedes, que se encontraba en el poblado de Barrancas, con quien discutió el ataque a la ciudad de Bayamo. El jefe de la Revolución le confirió el grado de teniente general y lo nombró en la jefatura del Estado Mayor General. A las fuerzas de Figueredo correspondió el ataque a cuartel de infantería, donde se había refugiado el gobernador Udaeta.
Un testigo presencial ha dicho: “Bayamo cayó en poder de la Revolución el 20 de octubre a las diez de la mañana, cuando las campanas tocaban a vuelo, cuando vitoreaba la multitud ebria de gozo, y los colores de la libertad sin orden, sin concierto aparecían en todos los balcones, en todas las casas, cuando toda la ciudad entusiasmada anunció el triunfo de las armas de la Revolución apareció rodeado por la multitud, en el centro de la Plaza de la Iglesia, erguido sobre su jadeante caballo, que arrojaba sangre por los ijares y espuma por la boca, un hombre quemado por el sol, desconocido por el polvo, que sombreo en mano gritaba: “!Bayameses, Viva Cuba!” y en medio del frenesí que enloquecía a aquel pueblo, en medio de las lágrimas y la alegría, rompe la orquesta los aires con los dulces acordes del himno La Bayamesa.
Enseguida, Pedro rasga una hoja y escribió la letra de La Bayamesa. El pueblo hizo coro, la cuartilla de papel corrió de mano en mano y el mismo Figueredo ordenó la marcha que al son de la música recorría las calles y entusiasta exclamaba: “Que morir por la patria es vivir”. Esta composición devino el Himno Nacional de Cuba. El 27 de octubre de 1868 en el periódico El Cubano Libre se publicó las estrofas auténticas de la marcha con la autorización autógrafa de su autor, porque anteriormente se había editado con algunas incorrecciones.
En las deliberaciones para quemar a Bayamo resultaron decisivas las opiniones de Figueredo, quien presidió la junta que aprueba la violenta medida. En la mañana del 12 de enero pronunció una arenga a sus conciudadanos acerca de la importancia de incendiarlo todo antes que entregarla nuevamente a los españoles. Personalmente incendia su mansión y ampara a su familia en las sierras de Bueycito.
Cuando se organizó en Guáimaro el Gobierno de la Revolución, el 11 de abril de 1869, Figueredo fue nombrado subsecretario de la Guerra, con el grado de mayor general. El 18 de diciembre de ese mismo año renunció a su puesto por estar en desacuerdo con la destitución del General en Jefe Manuel de Quesada, y aunque Céspedes no la aceptó, realmente se desatendió de sus obligaciones.
El 18 de junio de 1870 la familia de Figueredo fue asaltada en el campamento de El Mijial. A pesar de estar enfermo de tifus hizo una larga jornada hasta Santa Rosa, en la zona de Jobabo, a donde la misma se había trasladado. Estaba muy enfermo y prácticamente no podía caminar.
El 10 de agosto ante su gravedad, el soldado Luis Tamayo salió en busca de recursos, pero hecho prisionero por una guerrilla al mando del coronel español Francisco Cañizal hubo de delatar el refugio de la familia Figueredo. El asalto no se hizo esperar, siendo hecho prisioneros, junto con el brigadier Rodrigo y el Capitán Ignacio Tamayo, padre e hijo.
En el cañonero Astuto fueron llevados para Santiago de Cuba, donde rápidamente se constituyó el tribunal que habría de juzgarlos, presidido por el coronel Francisco Terrero. Figuraba como fiscal el teniente Vallejo, el que pidió fuesen pasados por las armas. A la primera pregunta Perucho contestó serenamente: “Abreviemos esto, coronel. Soy abogado y como tal conozco las leyes y sé la pena que me corresponde; pero no por eso crean ustedes que triunfarán, pues la isla está perdida para España.”
Y luego agregó: “El derramamiento de sangre que hacen ustedes es inútil, y ya es hora de que conozcan su error. Con mi muerte nada se pierde, pues estoy seguro de que a esta fecha mi puesto estará ocupado por otra persona de más capacidad; y si siento mi muerte es tan sólo por no poder gozar con mis hermanos la gloriosa obra de la redención que había imaginado y que se encuentra ya en sus comienzos”.
La sentencia fue rápida: por el delito de infidencia Perucho, Rodrigo e Ignacio fueron condenados a muerte. La mortal medida fue cumplida el 17 de agosto de 1870 a las siete y treinta de la mañana en los muros del matadero de Santiago de Cuba. De sus labios brotó una corajuda expresión: “Morir por la patria es vivir”.