Precauciones y retos en los círculos infantiles

Share Button
Por Osviel Castro Medel | 6 octubre, 2020 |
0
La protección a los niños es el principio esencial en los círculos infantiles. FOTO/Osviel Castro

Piense usted por un momento en  esta escena: un niño de un año en un círculo infantil. Seguramente lo imaginará queriéndose quitar constantemente el nasobuco, o hasta “atormentado” por el uso de ese aditamento protector.

Y es que enfrentar el coronavirus en esas instituciones educativas no es tan fácil, como cualquiera desde la distancia pudiera imaginar. Resulta un proceso complejo, un reto en mayúsculas.

“Nuestras educadoras están haciendo un esfuerzo colosal, porque se trata de un cambio, de un elemento nuevo y en algunos casos de sobrepasar un obstáculo que puede atentar contra objetivos educativos; pero el principio es que los niños tengan la máxima protección», comentó Silvia Remón Lastre, jefa del departamento de Educación de la Primera Infancia en Granma.

Ella reconoció que algunos padres expresaron preocupación por la resistencia mostrada por los hijos cuando deben cubrirse la boca y la nariz como medida preventiva. “Hay comprensión general sobre lo contagiosa que es la enfermedad; de ahí que tales inquietudes surjan para buscar una orientación para persuadir a los pequeños”, añadió.

En Granma funcionan 37 círculos infantiles, que acogen a más de 7 300 niños. Y en todas esas instituciones existen medidas restrictivas, como la de no permitir el paso de los padres a los salones, algo «chocante» al principio tanto para los chicos como para sus progenitores, pero que fue perfectamente comprendido en poco tiempo.

La instalación de pasos podálicos, la desinfección de las manos, la prohibición de crear concentraciones de infantes y  el distanciamiento físico, son otras de las normativas establecidas en estos centros.

“Estas edades son decisivas para la vida. La mayor adversidad para nuestras más de 1 200 educadoras radica en los niños menores de tres años, pues en esas edades están aprendiendo a expresarse, son rebeldes, no tienen plena conciencia y tienden a hacer resistencia a algunas de estas medidas”, dijo Remón Lastre.

Claro, no todos los niños reaccionan igual. Roxana Guerra Hidalgo (dos años) y Rocío Guerra Hidalgo (tres), del círculo bayamés Pedro Pompa, son las primeras que exigen a Anaisis, su mamá, el nasobuco, y hasta se contentan cuando lo portan. “Las medidas que se han tomado son necesarias, seguramente cuando la situación epidemiológica cambie, iremos retornando a la normalidad”, expuso esta madre.

Para los maestros de preescolar el desafío también es inmenso. Por ejemplo, como señala Odalis Urquía Santos, jefa del departamento de Educación de la Primera Infancia en Bayamo, uno de los propósitos fundamentales de la enseñanza es el análisis fónico, pero si los pequeños tienen la boca y la nariz cubiertas resulta demasiado difícil tal meta porque la pronunciación cambia.

Por su parte, Madelaine González González, educadora del círculo infantil bayamés Semillitas del Alba, de Bayamo, considera que el camino se dificulta, pues como los pedagogos también deben usar nasobucos los niños no pueden fijarse en la articulación de las palabras y eso complica el aprendizaje.

“Igualmente, necesitamos ver cómo articulan, tanto en El mundo de los objetos, como en Lengua Materna. Hay que tener más paciencia, acudir a métodos más persuasivos e implementar ejercicios que puedan hacer en sus casas”, recalca.

¿Se pudieran modificar estas barreras? Probablemente sí, pero eso conllevaría a tener menos percepción de riesgo. Por ahora es preciso mantenerlas, aunque no basta con su cumplimiento en los círculos infantiles. Poco hacemos si llevamos a nuestros niños a concentraciones o si, en la calle, andan sin nasobuco. Las precauciones deben ganarle a cualquier actitud temeraria.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *