
El documento aboga por el respeto a todas las libertades y resalta que la revolución ‘mal podría aceptar la grande inconsecuencia de limitar aquellas a una sola parte de la población del país’.
‘Cuba libre es incompatible con Cuba esclavista; y la abolición de las instituciones españolas debe comprender y comprende, por necesidad y por razón de la más alta justicia, la de la esclavitud como la más inicua de todas’, agrega.
Asimismo, reconoce lo útil de que los liberados se sumaran a la fuerza insurrecta al inicio de la denominada Guerra de los Díez Años.
Céspedes, conocido como el Padre de la Patria, comprendió como inconveniente el enfrentamiento a los ricos terratenientes dueños de dotaciones y, por ello, dejó en sus manos la decisión.
Sin embargo, pocas semanas después, el 26 de febrero de 1869, la Asamblea de Representantes del Centro, constituida en Sibanicú, Camagüey, por los insurrectos en esta región, dispuso la abolición total de la esclavitud.
Años más tarde el patriota Manuel Sanguily calificó el decreto como ‘la más decisiva conquista de aquella década olímpica.’