Mientras un niño hambriento, con los ojos rodeados de insectos, en esqueleto puro, apenas tiene fuerzas para abrir la boca y enseñar encías sin dientes… en otro lugar del mundo Rosita, retozando a sus antojos, exige a su padre que le compre un helado o una chupeta casera, no importa cuán modesta.

Mientras un chico, con el rostro contraído, carga un bloque, un trozo de madera, un pesado peñasco que le servirá de pupitre en su aula oscura, en otro punto del planeta Amauris se regodea en su computadora escribiendo “Sol”, “zapato”,  “hospital”, “caimán”…“violín”.

Mientras un inocente,  rota la sonrisa, acude con un paño a un parabrisas para pulir el auto de un Señor, en otro pedazo del planeta Carlos, hijo de cualquier hombre del surco, sueña ser Omar Linares, Chucho Valdés  o Tamayo Méndez, y se cree sus juegos… ¡y hasta los hace realidad!

Mientras una pobre criatura, gastado el cuerpo de tanto y tanto viaje horrendo, pasa de mano en mano como trofeo frío y pálido… en otro sitio de la Tierra Yeni pasma con su canto inflado a plaza llena, recibe un beso dulce del mismísimo Presidente del país, y así aumenta en su alma la blancura.

Mientras un pequeñuelo sabe de pregones, revólveres, inyecciones de coca, en otro paraje del universo Mónica compite con Amanda a ver cúal es más alta y sana, cuál tiene menos granitos en la cara.

Mientras ellos, cándidos sin nombres, no hablan de fiestas o colorines en el primer día  de junio –porque su infancia es espina  y quemadura- en otro  lugar del mundo, llamado Cuba, unos duendes intranquilos andan de travesura en travesura, poniendo las palmas, las lomas y hasta el mundo entero a sus pies porque se saben reyes distintos, más tiernos y más verdes.