El otro romance de Juan Farrell

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Por Yasel Toledo Garnache | 15 marzo, 2018 |
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FOTO/Luis Carlos Palacios Leyva

El protagonista de esta historia asegura estar enamoradísimo de su esposa, Eva Rodríguez Palomino, con quien comparte anhelos y sinsabores desde hace más de 46 años. El 24 de julio de 1971, le juró fidelidad eterna en matrimonio, pero la verdad es que no ha cumplido totalmente con esa promesa, porque su amor es compartido.

A estas alturas, él ni siquiera lo niega. Dice: “sí es verdad”, y hasta enumera elogios para ambas dueñas de gran parte de su corazón y alma, quienes lo saben, y lo han mimado durante más de cuatro décadas, un récord casi imposible para muchos.

Sobre la primera, manifiesta que quedó prendado de su belleza física, desde cuando ella tenía 15 años de edad, y luego más al percibir toda su hermosura interna, la sensibilidad y valores, la luz de su voz y cada gesto, la dedicación a él y otras personas cercanas.

Acerca de la segunda expresa que cuando está lejos siente que la vida se le acabará. Y así va, entre dos grandes pasiones, estímulos para seguir en el camino de los sueños.

Juan Farrell Villa, uno de los dos ganadores del premio Periodístico Rubén Castillo Ramos por la Obra de la Vida en Granma, se considera un hombre con suerte, por la familia maravillosa, manantial y abrigo, y por su otro romance, el que sostiene con su profesión: madre de sonrisas y desvelos, el Periodismo.

Abuelo de cuatro jóvenes, este amante de los deportes y temas internacionales, quien usa espejuelos y casi siempre anda rápido, narra que llegó a su labor actual por casualidad, pues cursaba la carrera de Estomatología cuando decidió buscar un empleo para ayudar a su Eva, quien estaba embarazada.

Poco a poco se convirtió en uno de los mayores ejemplos de constancia dentro del gremio en la provincia.  Cumplió diversas responsabilidades como la de presidente de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec) en el territorio y subdirector del periódico La Demajagua.

Armado con sus ideas, lapicero y agenda, participó en un evento en la antigua Unión Soviética y cumplió misión internacionalista en Haití durante algo más de cuatro meses, un período que lo marcó como ser humano, al ver la pobreza, el dolor y la desesperanza en los rostros de muchos, especialmente niños.

Entre sus recuerdos más agradables, se incluye la primera vez que vio a Fidel Castro. Fue en Manzanillo, cuando desde los hombros de su padre vio al gigante vestido con uniforme de color verdeolivo, quien hablaba al pueblo, pero aquel niño, hijo de vendedor de carbón y lavandera, jamás imaginó que en el futuro acompañaría al Líder de la Revolución en varias coberturas.

Sentados en dos sillas, en la recepción de La Demajagua, el diálogo fluye con naturalidad. En ocasiones, Farrell se emociona, y el tono de la voz adquiere un tono especial. Resulta admirable su capacidad para mencionar cada hecho de su vida con la fecha exacta, y la vitalidad de sus anhelos, aunque el próximo 9 de julio cumplirá 46 años en ese mar a veces tempestuoso que es el Periodismo.

Manifiesta que este premio es motivo de felicidad enorme para él y toda la familia, incluido su nieto Misael, licenciado en Cultura Física, a quien hasta se le nubló la vista por la alegría.

“La noticia me sorprendió y alimenta espiritualmente. Desde ese momento he vivido jornadas de emoción. Mucha gente me felicita en el barrio, el centro de trabajo, la calle…, y se los agradezco infinitamente”, expresa quien se ha caracterizado por ser siempre muy exigente con los demás, pero sobre todo con él mismo.

Incansable en su labor, Farrell, quien también se graduó de licenciado en Historia y Ciencias Sociales, es una de esas personas que no puede estar mucho tiempo lejos del trabajo. Tal vez porque las letras y el deseo de informar circulan con demasiada fuerza por  sus venas.

Según manifiesta, él sale de vacaciones, pero aprovecha esa etapa para revisar periódicos viejos, leer o preparar materiales, porque incluso durante sus “descansos” debe mantenerse activo.

En una ocasión, llevaba varios días en casa, y su esposa lo percibió: “estás como un león enjaulado”, le dijo ella en broma, y tenía razón. Farrell está  acostumbrado al ajetreo de la profesión, al desandar la geografía granmense, incluidos parajes de la Sierra Maestra, a levantarse a veces en horas de la madrugada y acostarse tarde, a pesar de sus 68 años.

“Cuando me enfermo y no puedo trabajar siento impaciencia”, dice quien comparte anécdotas del período especial, cuando los apagones amenazaban con impedir el nacimiento de cada edición de La Demajagua, y en oportunidades varios trabajadores amanecían en el empeño de lograrlo.

A pesar de lo conseguido y toda la experiencia, este padre de dos bellas mujeres y quien en ocasiones parece es muy  serio, confirma que el Periodismo es una escuela permanente y todos los días aprende algo.

Oriundo de Manzanillo, este hombre meticuloso a veces, quien tiene en su hogar tal vez la colección más completa de La Demajagua, añade que los años no pasan por gusto, el almanaque no perdona y ya se cansa más, pero se recupera rápido. Habla sobre los periodistas Julio García Luis y Ernesto Vera, dos de sus referentes en la profesión.

Farrell, a quien le gustaría escribir crónicas más impactantes, afirma que seguirá en la profesión mientras sea útil y la salud lo acompañe, una certeza que agrada mucho a los jóvenes y a todo el gremio en Granma.

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