Es hermoso encontrar, antes que al mito, a la mujer de escenas terrenales; a la que era capaz de emplear bromas a menudo, hacer maldades o disfrazarse de embarazada para burlar una persecución feroz.
Temerosa de los ratones, enamorada al máximo de la naturaleza, amante de los bordados y trabajadora incansable a cualquier hora, Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley sigue cautivándonos con sus anécdotas humanas, que empezaron a cultivarse en Media Luna desde el 9 de mayo de 1920.
Hoy, a 100 años justos de su alumbramiento -sin que olvidemos sus facetas de guerrillera, diputada o miembro del Consejo de Estado-, vale la pena repasar, con preguntas, algunos de sus lados menos mencionados. Las respuestas surgen de entrevistas a su ahijada, Eugenia Palomares Ferrales, y a Martiza Acuña Núñez, ex directora de la Casa Natal; también nacen del libro Celia, ensayo para una biografía, de Pedro Álvarez Tabío.
– ¿Qué enfermedades padeció?
– Al igual que sus siete hermanos –dos varones y cinco hembras- fue atacada por el paludismo, azote de aquellos tiempos. Luego padeció de una agresiva urticaria, que implicó realizar varias pruebas médicas. Soportó la enfermedad serenamente, al igual que los exámenes y el tratamiento, basado en la administración de insulina durante tres meses. Algo sorprendería en los resultados de los análisis: era alérgica a todo, excepto al mango.
Por eso, en 1948 viajó a Estados Unidos, donde recibió atención especializada. Mejoró de esos males, pero luego un cáncer de pulmón la agrediría con fuerza hasta terminar tempranamente con su vida, a cuatro meses de cumplir 60 años.
¿De dónde le venía el hábito de fumar? ¿Tenía otros vicios?
Su vicio fundamental era el cigarro. Fumó desde muy joven seguramente queriendo imitar a su padre, con quien tenía una relación especial. Fumaba constantemente, solía pellizcar la comida, muchas veces sin sentarse a la mesa, y tomaba mucho café.
-¿Qué se sabe de sus amores?
– Tuvo muchos pretendientes durante toda su juventud, porque era una celosa cuidadosa de su apariencia. El español Salvador Sadurní, traído a la Ciudad del Golfo por sus tíos, le dio algunas serenatas; se les vio juntos en varios lugares, aunque nunca solos. Pero un mal día de 1937 el joven de 21 abriles, tras una aparente operación sencilla, falleció y eso dejó mucho dolor en Celia. Las hermanas de ella opinan que no llegaron a concretar algo formal.
Fue novia de un muchacho habanero que trabajaba en el antiguo central Cape Cruz, de Pilón. Ya ella rondaba los 30 años y parecían enamorados, pero el noviazgo se rompió. Más tarde comenzaría una relación con un ingeniero que laboraba en una obra pública de Manzanillo; sin embargo, con el tiempo descubriría que el hombre estaba casado. Tal “hallazgo” le estrujó el corazón. Al hacer un resumen del año 1951 le escribió a su hermana Griselda: “Todo me ha salido mal”.
No han faltado los deseosos de crear intrigas cuando hablan de sus vínculos estrechos con el Comandante en Jefe. Al respecto, quizás no haya mejor sentencia que la de Eusebio Leal: “No fue la sombra de Fidel, sino la luz para Fidel”. En definitiva, el gran amor de Celia fue la Revolución.
– ¿Es cierto que tenía una caligrafía difícil de descifrar?
– Sí, al punto que eso le costó no terminar el bachillerato en Manzanillo. Un profesor que no entendía su letra quiso que le leyera un examen; pero ella no aceptó pasar por esa “humillación” y, mostrando un carácter excesivamente firme, se marchó del Instituto para sorpresa de toda la familia. A raíz de esos malos recuerdos comenzó a escribir en letra de molde.
¿Se superó culturalmente después del triunfo de la Revolución?
En los últimos años de su vida matriculó la carrera de Ciencias Sociales en la Escuela Superior del Partido Ñico López, mas no pudo terminarla porque la enfermedad y la muerte se lo impidieron. La dirección de ese centro decidió otorgarle el título de graduada con carácter póstumo. Este documento se encuentra expuesto en una de las salas del museo Casa Natal.
¿Cuántos objetos se conservan de ella?
Muchos, tanto en su apartamento de la calle 11 del Vedado habanero, en la Oficina de Asuntos Históricos, como en Casa Natal, que atesora más de 200 objetos, incluyendo la carabina M-1. Esa arma la acompañó durante su estancia en la Sierra Maestra.
¿Cómo habrá vivido la experiencia de no poder darle el último adiós al padre?
– Tiene que haber sufrido mucho porque Manuel fallece en el hospital capitalino Calixto García, el 24 de junio de 1958, de una neoplasia pulmonar. Ella estaba en la Sierra Maestra en plena lucha insurreccional.
Él, quien halló el sitio exacto de la caída en combate de Carlos Manuel de Céspedes, fue quien le enseñó a amar la patria y la historia. Celia tenía seis años cuando falleció su madre, Acacia, y su padre jamás volvió a casarse; entonces la traviesa muchacha se convertiría en su brazo derecho, muchas veces lo acompañó en sus consultas como médico y dentista.
– Se ha dicho que era tan sencilla que hacía colas.
– Era sumamente sencilla porque jamás se creyó cosas, mantuvo su naturalidad en todos los escenarios y porque su armario era corto de ropa, al punto que usó una muda de “ocasión” durante muchos años. Pero en realidad ella no tenía tiempo para hacer colas; llegaba bien tarde del trabajo y luego seguía enfrascada en tareas del Estado o del Gobierno hasta altas horas de la madrugada. Tres mujeres la ayudaban en los quehaceres domésticos de su modesto apartamento del Vedado. Allí recibió a incontables ahijados de distintos lugares, entre ellos a muchos procedentes de la Sierra Maestra.
– No hay testimonios de ella llorando. ¿Por qué?
– Ella era dicharachera y jaranera, pero con una fuerza inmensa en el carácter. Es cierto que resulta casi quimérico encontrar un documento que la describa llorando. Tal vez lo hacía a solas. Quedó muy triste con la desaparición de Camilo o con la muerte del Che. Era de carne y hueso, no debemos mitificarla.
– ¿Le temía a algo, aparte de los ratones?
– Solo los roedores la asustaban. Era una persona con una valentía extraordinaria, que no miraba el peligro para realizar sus acciones revolucionarias.
-¿Ella se consideraba de Media Luna, de Pilón o de Manzanillo?
Media Luna fue su pueblo natal, donde vivió toda su niñez y parte de su juventud, una etapa muy feliz de su vida. En Manzanillo pasó parte de sus años juveniles, que fueron imborrables por su significado. Esa ciudad resultó también el escenario de su lucha clandestina. Pilón fue algo especial, a ese lugar lo amó entrañablemente y nunca pudo desligarse de él. También la marcó para toda la vida. Pero, ante todo, era cubana.
¿Sabía Celia ya que había entrado en la historia de Cuba?
No le interesaba eso ni un ápice, su bandera fue la modestia y el desinterés. Una bandera que flotará eternamente.