Siento en mi sangre el latir de Bayamo

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Por  Maité Rizo Cedeño | 20 octubre, 2018 |
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FOTO Armando Yero

Rodrigo Rueda Arciniegas Willianson Angueiras Silva y Figueredo, dice cuando le preguntan su nombre, para que no queden dudas: “Soy tataranieto de Perucho Figueredo”.

   Esta es su tercera visita a Granma, adonde ha venido por la Fiesta de la Cubanía, y asegura que solo aquí ha podido entender todos esos desprendimientos heroicos que tuvo la familia Figueredo, para unirse a Carlos Manuel de Céspedes en la gesta libertaria.
   “Es una circunstancia muy emotiva porque la historia de Cuba, esa que nos cuentan, ha sido parte real de la vida de mi familia”, expresa.
Cuenta que María de la Luz Figueredo, tras el fusilamiento de Pedro (Perucho) Figueredo, y de haber pasado unos meses muy duros en la manigua, vivió exiliada en los Estados Unidos, donde contrajo matrimonio en el año 1873 con Vasilio Angueira Perdomo, otro cubano en la emigración.
En 1875 se van para Colombia, en lo que resultó un viaje sumamente difícil y muy sufrido por el fallecimiento de una de sus hijas, pero la búsqueda de mejor fortuna y una oportunidad laboral para el ingeniero Angueira, en la construcción de carreteras, fue efectiva y se instalaron en ese país.
“En 1877, a escasos siete años de la muerte de Perucho en Santiago de Cuba, nace mi abuela”, añade.
“Y al ser su madre hija del prócer independentista y creador de La Bayamesa, Himno Nacional de Cuba, imagina las historias que desde muy pequeños escuchamos”.
“Tuvimos la suerte de que mi mamá fuera la menor de los siete hijos de la nieta de Perucho Figueredo, y recuerdo a los cinco años estar entonando La Bayamesa con ella, en medio de toda la conmoción que le causaba, y nosotros todavía no entendíamos.
“Cada año, en un día de octubre, sacaba de su armario la Bandera de Cuba, entonaba La Bayamesa con sus nietos y nos la enseñaba”, narra.
“La otra Bayamesa, canción romántica compuesta por Fornaris, Céspedes y Castillo, y considerada la primer composición romántica de la Isla, era nuestra canción de cuna”, dice orgulloso.
“Para nosotros todo aquel ritual era incomprensible, hasta la llegada a Bayamo en 1999, cuando finalmente entendimos aquello que la abuela tenía tan claro.
“Vivimos la historia de Cuba desde nuestra más tierna infancia, a pesar de haber estado en Colombia; para nosotros no era nada ajeno el Ingenio de Las Mangas, Bayamo, el incendio… incluso hay relatos vívidos de la abuela de las terribles privaciones que enfrentaron en la manigua, después de la quema de la ciudad.
“Siento en mi sangre el latir de Bayamo”, confirma, “pero te lo voy a contar en una anécdota: yo nací en Bogotá, tuve una vida citadina, sin embargo tenía una atracción hacia la vida en el campo, y antes de graduarme de ingeniero civil tuve la posibilidad de conocer
los llanos de Colombia… y sentí que eso era lo mío.
“Cuando vine a Bayamo la primera vez, en cuanto salió el sol salí a caminar para conocer la urbe, y me encontré con un paisaje tan parecido a aquel que en mi juventud me hizo sentir en casa, porque allá están la cordillera de Los Andes y el río Orinoco,  y aquí la
Sierra Maestra y el río Cauto.
Entonces supe la respuesta a ese llamado que me hacía el llano desde muy joven: es que ya yo lo tenía en la sangre, era un lugar muy parecido a mi Bayamo”.
“Estar aquí es como volver realidad todos esos imaginarios infantiles que nos formamos escuchando a la nieta de Perucho, nuestra abuela”, concluyó emocionado Rodrigo, un hombre que, como José Martí, también se considera bayamés, porque tiene de Bayamo el alma intrépida y natural.

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