Tengo una lista que crece en deseos cada vez que extraño algo por rutinario, insignificante o exagerado.
Tengo una lista como si fuera navidad y me atacaran deseos infinitos de promesas para 365 días.

Tengo la manía, cuando me atrapa la nostalgia, de ponerme la ropa que aun sin anormalidad no usaría para no gastarla o por no ser tan presumida.

Tengo la música rayada, pero no los amigos para embriagarme de alegría o llorar por las penas de la vida.

Tengo una taza desbordada de café que no se enfría esperando beberla de conjunto.
Tengo hecha mi mochila para salir corriendo a burlar fronteras, a tomar el camino más largo o un atajo que me lleve a revivir los recuerdos.

Tengo el plan trazado a minutos, y el crucigrama completo de cada jornada.
Tengo un recital de te quiero.

Tengo en plan reuniones sin fugas, citas a escondidas, constantes charlas pensadas.
Tengo la algarabía esperando que se resuelva todo para estrenar conciertos, fiestas y amigos.

Tengo la piel esperando el sol, y a la luna aburrida de tantos insomnios.

Tengo al reloj con las manecillas en punto para volver a la normalidad de esa rutina que una vez taché de aburrida y hoy sé que es de las cosas más divertidas.

Tengo las pijamadas de verano listas, chistes guardados, y la tecla de EFE CINCO más nueva que el resto en el teclado.

Tengo las libretas con más ausencias que las permitidas en todo el semestre.

Tengo de un lado la impuntualidad mirando con recelo cada segundo tarde que llegué.

Tengo reservado mi lugar favorito a tiempo completo por lo que resta del año.

Tengo el descanso para las madrugadas o el trasnoche que figuran para la fecha.

Tengo la esperanza convencida de no renunciar, erguida de valentía para echar hacia adelante.

Tengo abrazos acumulados, caricias tropezando entre paredes donde me aguardo mientras escribo cada letra.

Tengo el convencimiento de que volveremos a encontrarnos más allá de las palabras, las miradas o la sonrisa guardada.