Si hay una persona que reúne en sí el aprecio de rusos y cubanos, ese es Arnaldo Tamayo Méndez.
Un guantanamero que entró a la historia de la conquista del cosmos, al convertirse en 1980 en el primer cubano, latinoamericano, hispanohablante y negro en viajar al espacio. Como si esa hazaña no bastara, su trabajo posterior y su sencillez proverbial, lo hacen merecedor de todos los reconocimientos.
El más reciente fue la condecoración “Orden Tsiolkovskii”, la más alta de la Federación de cosmonáutica de Rusia, entregada en la embajada del país eslavo en La Habana por el cosmonauta, dos veces Héroe de la Unión Soviética, Viktor Petrovich Savinykh.
El premio, otorgado por “promover activamente la implementación del Programa Espacial Federal de Rusia y su contribución creativa personal a la ejecución del programa”, reconoce también el “trabajo a largo plazo en relación con el 35 aniversario del vuelo”.
Un momento en que el también presidente de la Asociación de Amistad Cuba-Rusia agradeció al gobierno ruso por la distinción y recordó sus tiempos en ese país, primero como estudiante de aviación y después como cosmonauta en la ciudad estelar mientras se preparaba para el vuelo. Y cómo olvidar esos días en el espacio.
Es que a pesar de haber transcurrido tres décadas y media, Arnaldo Tamayo aún sueña con ese vuelo y con la imagen de Cuba desde el cosmos. “Ahora mismo la estoy viendo como entonces, una vez de día, dos de noche, pero igual de hermosa, distante y muy cerca a la vez, porque yo sentía que iba conmigo, que todos estaban conmigo”, relató al diario Juventud Rebelde hace algún tiempo.
En septiembre de 1980, junto al piloto-cosmonauta ruso Yuri Romanenko, despegó a bordo de la nave Soyuz 38 desde el cosmódromo de Baikonur, hacia el complejo orbital Saliut 6.
En ocho días en el cosmos, según horario de Moscú —de ellos tres le tomó a su cuerpo adaptarse a la ingravidez—, completaron 128 órbitas circunterrestre.
Pero en la Estación Espacial, las noches duraban aproximadamente 37 minutos y el día, unos 45. “Recuerdo cada detalle. Dormía poco porque quería verlo todo y el escaso tiempo que me dejaban los experimentos lo empleaba en observar a nuestro planeta. ¡Cuánta maravilla!”, contó décadas después quien se convirtiera en un ferviente defensor de causas ecologistas.
Es que, aunque parezca un viaje placentero, lo cierto es que los cosmonautas cumplían un apretado programa de trabajo. Más de 20 experimentos médico-biológicos, físico-técnicos y de teledetección de recursos naturales fueron realizados en esos días.
Algunos de ellos fueron preparados por la Academia de Ciencias de Cuba, como lo fue el experimento de cultivo de los primeros monocristales orgánicos en microgravedad, utilizando azúcar cubano o la exploración de la isla desde el espacio en búsqueda de minerales y posibles yacimientos petrolíferos.
Junto a Romanenko, Tamayo fue el primero en recibir a su regreso el título de Héroe de la República de Cuba, un honor que jamás habría imaginado el pequeño huérfano Arnaldo, cuando limpiaba botas o aprendía carpintería en su natal Guantánamo. Es que el viaje no fue más que el momento culminante de su esfuerzo de toda la vida, por estudiar, por hacerse piloto y finalmente por prepararse para una gran hazaña.
“Yo viajé, pero miles de cubanos y soviéticos trabajaron duro para hacer eso posible. No olvido eso, como tampoco al Tamayo de 16 años”, dijo.
Considerado un gran paso en el desarrollo de las relaciones bilaterales entre Cuba y la Unión Soviética, el vuelo conjunto protagonizado por Tamayo y Romanenko fue un ejemplo de cooperación entre naciones que sigue vigente. Según los cosmonautas, como Savinykh, la Estación Espacial Internacional consigue lo que no logramos en este planeta: ser un espacio de convivencia y paz.
“Tuve el privilegio de visitar el espacio y observar la Tierra, y estoy convencido de que cuanto hagamos (por conservarla) será siempre poco”, asegura Tamayo. Los simples mortales que no hemos tenido esa oportunidad, y sobre todo los gobiernos, deberían tomar nota.