Un tesoro que nunca se esconde

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Por Osviel Castro Medel | 13 agosto, 2018 |
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FOTO/ Rafael Martínez Arias

La fecha se  instituyó hace poco, pero tiene una trascendencia inmensa. Me refiero al Día internacional de la juventud, que conmemoraremos mañana, 19 años después de que la Asamblea General de las Organización de Naciones Unidas aprobara una resolución para marcar una jornada anual como homenaje a los llamados imberbes.

Fue en mayo de 1999, durante la Conferencia mundial de ministros de la Juventud, celebrada en Lisboa (Portugal), cuando la idea comenzó a cobrar fuerza. Se hizo efectiva siete meses más tarde.

Desde entonces se han tratado de acentuar preceptos como este: los pinos nuevos son los indicados para transformar la sociedad, hacer retoñar ideas brillantes, imponer los adelantos de la ciencia y la técnica y ayudar al desarrollo.

Sin embargo, la fecha también surgió porque los jóvenes, por su inexperiencia, son propensos a caer en vicios, cometer indisciplinas, incurrir en delitos y pifiar en ese período de la existencia. Ellos también pueden ser víctimas de los conflictos armados, los vaivenes de la economía, el tráfico humano u otros males que azotan el planeta.

Mientras en gran parte del mundo se conceptualiza a la juventud como “el grupo de personas comprendidas de 18 a 29 años de edad”, en Cuba se ha asumido esta hasta los 35, teniendo en cuenta el elevado promedio de vida de nuestra población y de otros factores particulares de nuestra tierra.

Lo más importante es cuidar a este sector esencial, cuyas principales preocupaciones -hay muchas más- siguen siendo el salario, la vivienda y la recreación, según todos los estudios de los últimos 20 años. En el tercer aspecto hay avances, pero los dos primeros no  dependen de una vara mágica.

Tal cuidado supone atención más allá de las esferas materiales. Implica, entre otros aspectos,  un diálogo constante con esa masa, bombardeada hoy con incontables mensajes subliminales o “abiertos”, que llegan por diferentes vías, incluyendo las más “modernas”.

La tarea, por supuesto, se antoja compleja. Con “muelas” de otro tiempo, por ejemplo, es difícil convencer hoy a las nuevas generaciones sobre la valía de nuestro proyecto. Se necesita, como advirtió Fidel, mucha argumentación y comparación, las que solo se logran con abundante información, debate y lectura.

¿Cómo hacer que ese divino tesoro, como llamó el poeta Rubén Darío a la juventud, no se pierda o se esconda en los caminos de la indisciplina, la transgresión y la irreverencia? Las respuestas resultan difíciles y están  repletas de variantes; aunque lo peor sería cerrar los ojos y asegurar que las luces siempre serán más que las sombras.

Por eso, deberíamos ver cada 12 de agosto como punto de arrancada para profundizar en los problemas de la juventud, buscar las génesis de los fenómenos y meditar por qué rumbo la vamos llevando.

Ya el Comandante victorioso, que pasado mañana cumpliría 92 años, nos alertó para todos los tiempos que fracasaríamos si los jóvenes fracasan, aunque dijo que estaba convencido de que no fallarían.

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