Es triste comprobar que existen muchas personas que prometen mucho y cumplen prácticamente nada. Ello lo recordé al conversar con alguien sobre un amigo en común, el cual -al irse para otra provincia- faltó a su palabra de tenernos siempre presentes.
Antes de partir hacía promesas que nos llamaría, que se acordaría de nosotros, y que nunca saldríamos de su corazón, pero pasado el tiempo, varios allegados nos dimos cuenta que eso solo fueron simples promesas incumplidas.
También notamos, lamentablemente, que muchas de sus aparentes características no eran reales, sino poses fingidas que adoptó en varios momentos para hacernos creer que era un tipo de ser humano especial, las cuales fueron desdibujándose con el transcurrir de los días hasta terminar en una absoluta decepción.
¿A cuántos no les ha sucedido algo similar? ¿Quiénes no han sido engañados con un hermoso discurso, y al final han visto como los hechos lo contradicen?
Cuán difícil resulta saber si alguien está siendo auténtico o aparentando ser lo que no es, pero afortunadamente hay un detector de mentiras infalible, y ese es el inobjetable paso del tiempo, gracias al cual se confirma la veracidad o mentira encerrada en las palabras.
No obstante a la existencia de estos seres, debemos luchar cotidianamente porque cada día sean menos, pues su erróneo proceder hace mucho daño a sus semejantes y a la sociedad.
Existen individuos que prometen de todo para alcanzar un objetivo: sea este un perdón, una nueva oportunidad, un voto de confianza, un puesto, un cargo o el retorno a un sitio de nuestro corazón. Mas duele ver como alcanzado el fin, se disipan rápidamente las ofrecimientos hechos para lograrlo.
Un aspecto esencial en la batalla contra ese mal proceder es trabajar con las jóvenes generaciones, porque aunque a veces prevalece en los más adultos, es en los primeros donde son más fáciles de cambiar algunos patrones de conducta que redundarían en un mundo mejor.
Y aunque no es justificable, es cierto que en las personas mayores es más complejo erradicar esa conducta equivocada, porque con el paso de los años ese vicio va calando tan hondo, que se podría decir que va impregnándosele en los huesos.
Por eso es tan relevante hablarles a nuestros hijos de la importancia de la honestidad, la autenticidad y del desprecio a la doble moral, porque eso empaña nuestra personalidad y le hace daño a los demás.
También debemos enseñarles a los más noveles que la mentira tiene patas cortas, y que nuestros actos, no deben contradecir- en lo más mínimo- lo que emana de nuestros labios.