Cuando el huracán Laura amenazaba con pasar por la zona oriental de Cuba, en casa adoptamos con anticipación las medidas necesarias para mitigar su impacto en nuestra vivienda, por ejemplo, afirmamos techo, ventanas, puertas, nos proveímos de velas, medios para cocinar, agua potable, alimentos, en fin.
La percepción del riesgo, adquirida ante experiencias similares, nos condujeron a actuar en consecuencia, y a precaver para no lamentar grandes daños.
Sin embargo, algo muy diferente ocurre frente a la Covid-19, un “huracán” silencioso y con nefastas consecuencias para la salud humana.
Y es que la percepción de riesgo, -definida como el conjunto de creencias, actitudes, juicios, sentimientos y valores adoptadas por las personas frente a potenciales peligros, es asumida de diferentes maneras por cada uno, según sus preceptos sociales y culturales.
A esto se suma lo trabajoso que resulta para la mente humana concientizar que debe tener percepción de riesgo sobre un virus, uno de los agentes infecciosos más pequeños del mundo, cuyo tamaño va casi de 20 a 300 nanómetros de diámetro, solo perceptibles bajo la mira telescópica.
De la insuficiente percepción de riesgo sobre esta enfermedad, dan fe quienes transitan por las calles usando incorrectamente el nasobuco, y sin él, sobre todo en horas de la noche; aquellos que no cumplen con el debido distanciamiento físico y social en lugares abiertos y cerrados; la realización de fiestas ante la llegada de un familiar del exterior, el insuficiente lavado de manos al llegar de la calle, entre otras indisciplinas.
Parecemos haber sido inyectados con el positivismo de que la Covid no nos atacará. Nos creemos intocables por la pandemia, y que está por allá, por La Habana; y nos alarmamos cuando se da un caso en Santiago, o en Holguín, porque la cosa ya está picando cerca; pero seguimos confiados, creyendo que no nos tocará, como si la movilidad de personas entre provincias y municipios no fuera un canal real de propagación.
De cuán equivocada es esta suposición, da testimonio el caso importado detectado el día 21 de noviembre en Bayamo, luego de 200 días sin Covid en Granma; y claro que luego de este vino otro, y otro… y otro.
Los contagios seguirán incrementándose hasta tanto no concienticemos lo importante de acudir al médico ante cualquier síntoma, hasta que los viajeros y sus familiares no asuman con responsabilidad las medidas de control sanitario, y en cuanto dejemos de menospreciar el riesgo ante esta enfermedad, invisible, pero real como la muerte misma.
Como cuando el huracán Laura amenazaba con pasar por la zona oriental de Cuba, en casa también adoptamos las medidas necesarias para evitar contagiarnos de la Covid-19.
Extremamos las medidas higiénicas, tenemos más responsabilidad y percepción del riesgo, nos lavamos bien las manos, con abundante agua y jabón, desinfectamos con solución de hipoclorito las superficies; ubicamos en la entrada de la casa un frasco para desinfectar las manos y colocamos una frazada remojada con agua y cloro.
Corresponde a cada uno ser preservar sus vidas y la de sus familiares, asumir que la percepción de riesgo ante la Covid-19 es un reto del día a día y que es mejor precaver, que lamentar, porque este, será un huracán silencioso, imperceptible a la vista, pero también mata.
Rectificar dato del día de confirmación del ciudadano con la COVID-19, a el lo recogieron el viernes 20 en la noche en ese domicilio de calle León.