Un infrecuente rayo de sol en Egipto

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Por Prensa Latina (PL) | 24 octubre, 2016 |
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abu-simbel-templo-de-ramses-ii-4Abu Simbel, Egipto, – Dos veces al año en la ribera oeste del Nilo, en la sureña localidad egipcia de Abu Simbel, fronteriza con Sudán, lugareños, turistas, autoridades nacionales y regionales se congregan para ver un fenómeno astronómico-cultural que data de miles de años.
Como parte de una inusual muchedumbre, todos esperan ávidos para observar cómo los primeros rayos de Sol alumbran por unos minutos tres estatuas en lo profundo del templo del faraón Ramses II, mandado a excavar en la roca hace unos tres mil 230 años para satisfacción propia.

En efecto, los días 22 de octubre y 20 de febrero, y únicamente en esos momentos, la primera luz del amanecer atraviesa todo el templo e ilumina a dos de las tres esculturas representativas de los grandes dioses del antiguo Egipto: Amon y Ra.

La representación de Ptah, deidad de la oscuridad, queda fuera del marco de luz gracias a los precisos cálculos de los antiguos arquitectos, y, sin dudas, la habilidad de los miles de esclavos y artesanos que horadaron la roca para crear una galería flanqueadas por enormes estatuas del gran faraón y decorada con motivos alusivos a su vida.

La tercera estatua iluminada representa al propio Ramses II, elevado por sí mismo al rango de divinidad.

DOS TEMPLOS, UN EGO DESPROPORCIONADO

Todo indica que Ramses II amó profundamente a su primera esposa, Nefertari, aunque no queden evidencias de las posibles cartas de amor que le pudiera haber escrito mientras guerreaba contra sus vecinos.

De su preferencia por esa reina habla el que, al decidir autodedicarse el templo ahora conocido por Abu Simbel, ordenara la excavación de otro más o menos similar a su lado, aunque la desproporción entre la magnificencia de su propio santuario y el de Nefertari indica que por mucho que amara a su esposa, más se quería a sí mismo.

De hecho, para Ramses II no fue suficiente el reinar a su antojo sobre los mortales por ser considerado un “familiar” de los dioses, sino que escogió ser dignificado como tal en vida, algo inédito hasta ese momento entre los reyes del antiguo Egipto.

Pero, de otro lado, gracias a su ego desproporcionado hoy día se puede  admirar no sólo el conjunto de Abu Simbel, sino otros monumentales templos dedicados a él en la actual ciudad de Luxor.

UN RESCATE FARAONICO

Tras miles de años abandonados a su suerte, cubiertos por las arenas del desierto, los dos templos de Abu Simbel fueron “descubiertos” en 1813 por el suizo Johann Ludwig Burckhardt, siendo excavados cuatro años mas tarde por trabajadores locales contratados por el expedicionario Giovanni Belzoni.

Todo les iba bien a esos santuarios hasta que se comenzó en los años 50 del siglo XX la construcción de la represa de Asuan, que al generar una inevitable subida del nivel de las aguas del Nilo, amenazó son inundar y destruir los templos de Abu Simbel, junto a varios más de similar antigüedad y valor cultural.

La decisión adoptada por arqueólogos e ingenieros de 22 naciones, agrupados por la Unesco, fue desmontar en piezas esos monumentos, serruchando donde fuere necesario, y relocalizarlos ensamblados con precisión milimétrica a salvo de las aguas.

De esa manera, Abu Simbel fue científicamente despedazado en bloques que, unidos según correspondía como parte de un esfuerzo de conservación tan o más meritorio que la construcción original, fue erigido en una roca a 65 metros por encima de la ubicación original, y distante unos 200 metros.

Pero como no hay nada perfecto, si bien la intención de los arquitectos de Ramses II fue que el efecto solar, como aconteció durante milenios, se produjera los días 21 de octubre y 21 de febrero, por motivos que los ingenieros culpan a los astrónomos, y viceversa, actualmente ese fenómeno ocurre los días 22 de esos meses.

A lo mejor para Ramses II ese cambio de fecha hubiera sido peor que la destrucción de su santuario por las aguas, pero es algo que bien agradecen las decenas de turistas que logran apretujarse en el pasillo central del templo dos veces al año, a pesar de la hipotética ira faraónica, para ver un rayito de sol.

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