Un sentimiento inquebrantable

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Por     MsC. Magdeline Reynaldo Ramos | 14 febrero, 2018 |
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Carlos Manuel de Céspedes y Ana de Quesada/ FOTO Archivo

San Valentín premia a la tierra camagüeyana con el alumbramiento, el 14 de febrero de 1842, de una niña que es ferviente defensora del pensamiento independentista y se convierte en esposa del Padre de todos los cubanos.

Ana de Quesada conoce a Carlos Manuel de Céspedes cuando se celebra la Asamblea de Guáimaro, en 1869, y poco después de contraer matrimonio tienen a su primogénito Oscar.

La dramática muerte del hijo los golpea a ambos, cuando ya Céspedes, el 19 de julio de 1870, había tomado la decisión de enviar a su familia a Estados Unidos, debido al riesgo que corrían.  El viaje se pospone. En  septiembre Ana parte en compañía de Juan Clemente Zenea. No se volverán a ver nunca más.

El epistolario que sostienen en los momentos más críticos de su separación denota el profundo amor que los une, a pesar de las diversas relaciones amorosas que tuvo el Padre de la Patria y que recogen los libros de historia.  La lealtad, confianza, respeto y la añoranza por Ana, son sentimientos que lo acompañan hasta finales de su vida.

En medio de su intensa actividad política, cuando las contradicciones, la traición y la deposición lo acompañan, encuentra tiempo para escribir a su amada y confiarle sus pensamientos más íntimos. Ana apoya su lucha, aporta dinero y trata de unir a los cubanos.

Sus hijos mellizos Gloria de los Dolores y Carlos Manuel nacen en la emigración, el patriota bayamés nunca los conoce y estremece saber que pide sus pertenencias para saciar su nostalgia.

La relación entre Céspedes y Ana transcurre en una coyuntura en la cual el sacrificio y la lucha incansable por la causa justa de Cuba son reales. Ella comprende que debe estar donde su amado la necesita, como útil colaboradora y consejera de lo que en materia de planes políticos y militares se gestan en Estados Unidos con respecto a la revolución.

En las misivas manifiestan ansias por compartir amor, cariño,  respeto y las tareas como toda pareja en un hogar, junto a su descendencia.

La historiadora Hortensia Pichardo refiere que cada uno exterioriza sus sentimientos de forma diversa en las cartas, las de Ana son secas, las de Carlos Manuel tiernas y amorosas, siempre preocupado por la salud de sus hijos y por la posibilidad de que un chisme relacionado con alguna infidelidad obstaculice la comunicación que mantienen.

Ana fortalece su ánimo para seguir luchando, a pesar de conocer los infundios y calumnias que buscan la deposición de su esposo, muy poco le comenta del tema. Era consciente de que esta sería un duro golpe para los emigrados cubanos revolucionarios que aspiraban al triunfo sobre la base de las ideas de unidad.

El 10 de febrero de 1874, Céspedes inicia la escritura de una carta a su esposa que culmina el 23, pocos días antes de caer en combate en San Lorenzo, donde expresa una vez más que su anhelo es estar cerca de ella y sus queridos hijos. Presagia su final y se despide, reconoce que es un hombre con defectos, como cualquier otro.

Céspedes enfrenta con fortaleza las pruebas que le impone la existencia. Pierde hijos, sufre una separación prolongada de Ana, recompone constantemente su familia, cree en el amor, es su fuerza interna para enfrentar las dificultades, por eso en la soledad de San Lorenzo fructifica un romance.

Es incondicional en su decisión de juntarse con su amada, la madre que supo criar y educar a sus hijos, la camagüeyana patriota y discreta que se interpuso a los obstáculos.

La última epístola que envía Céspedes a Ana es un testamento de amor, reconoce que es la única y verdadera fortuna que le ofrece, además de sus hijos, fruto de una maravillosa unión que nace y profundiza en medio de una contienda independentista.

 

 

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