Un ser humano insólito

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Por Osviel Castro Medel | 13 agosto, 2021 |
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FOTO/ Autor desconocido

Llegó su turno. Todos hicieron silencio en el plenario, hasta sus rivales más enconados. Tenía cinco minutos para hablar y un reloj marcaba la cuenta regresiva. Agotado ese tiempo, debía parar.

Varios de los oradores anteriores, en la Sala de la Asamblea General de las Naciones Unidas, habían sufrido malos ratos por aquel cronómetro implacable. La expectación era inmensa porque sabían que él tenía el récord del discurso más largo en la ONU, pronunciado el 26 de septiembre de 1960: 269 minutos.

Sin embargo, sorprendió a todos ese 6 de septiembre de 2000 durante la Cumbre del Milenio. Tomó un pañuelo y tapó el reloj, lo que provocó una risa generalizada. No obstante, cinco minutos le bastaron para estremecer al auditorio.

“Cualquiera comprende que el objetivo fundamental de las Naciones Unidas, en el siglo apremiante que comienza, es el de salvar al mundo no sólo de la guerra sino también del subdesarrollo, el hambre, las enfermedades, la pobreza y la destrucción de los medios naturales indispensables para la existencia humana”, dijo.

Así era Fidel, imprevisible, profundo, atrayente, con gran sentido del humor y un carisma pocas veces visto. Por supuesto que tenía defectos y cometió errores. Pero, más allá de ideologías, de detractores o enemigos, fue, como dijera Gabriel García Márquez, un “ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja ver”.

DESCANSAR CONVERSANDO

Hay muchas más anécdotas seductoras de Fidel, algunas de sus años infantiles, como la publicada por Zunzún en su número 342.  Esa revista señala que él de vez en cuando desobedecía a una de sus maestras, Eufrasia Feliú, “mujer amargada” que ponía a sus alumnos a arrodillarse como un castigo correctivo.

“Por eso, Fidelito se rebelaba, decía malas palabras y escapaba por la ventana. Un día, en la huida, se cayó y se clavó una puntilla en la lengua;  al llegar a casa, además, tuvo el regaño materno”, expone el texto.

Muchos años después ese espíritu insurrecto lo llevaría a liderar protestas estudiantiles, a encarar un soldado de Batista (célebre foto guardada en los archivos), a escribir artículos de denuncia en el periódico Alerta y a venir a Manzanillo a buscar nada menos que la campana de La Demajagua (noviembre de 1947) para protestar contra el gobierno de Ramón Grau San Martín.

El Gabo lo describió magistralmente: “Fatigado de conversar, descansa conversando. Escribe bien y le gusta hacerlo. El mayor estímulo de su vida es la emoción al riesgo”. También lo dibuja como un “antidogmático por excelencia”, buscador del detalle, hechizador con la palabra,  amante de las recetas de cocina, obsesivo con sus propósitos, lector voraz, martiano convencido, hombre que no admite las derrotas, practicante de los ejercicios físicos, “con una educación formal a la antigua”.

Una de las anécdotas que retrata el carácter del Comandante en Jefe nos la dejó el propio García Márquez en un documental de la cineasta estadounidense radicada en Cuba, Estela Bravo: “Una noche estábamos de pesca y había un amigo que estaba pescando más que Fidel. Y Fidel se hacía el indiferente. Estaba en un mal lado (…) y miraba y veía que allá el otro tenía más, y el amigo empezaba a contar (…) para que él oyera que tenía más pescados que Fidel. Hubo un momento que fui le dije al amigo: ‘Mira, no sigas pescando porque mientras tengas más que Fidel no nos iremos nunca de aquí y son las 4 de la madrugada’. Al fin, se empeñó, le pasó una racha de buena suerte y cuando tuvo un pescado más, dijo: ‘Nos vamos porque son las 5’”.

BROMAS Y SERIEDAD

Nadie olvida el célebre juego de pelota entre los equipos de veteranos de Cuba y Venezuela, celebrado el 18 de noviembre de 1999 en el estadio Latinoamericano ante unos 45 mil aficionados. Hugo Chávez, presidente de aquel país, actuó incluso como lanzador abridor y después pasó a ocupar la primera base.

A Fidel, manager anfitrión, se le ocurrió, a medida que transcurría el partido, ir incorporando “atletas de la reserva”.  Se trataba de peloteros de la selección nacional, convenientemente disfrazados, con barrigas y barbas. Orestes Kindelán, Germán Mesa, Juan Padilla, Javier Méndez, Juan Manrique Pedro Luis Lazo, y José Ariel Contreras estuvieron entre los “viejitos” inventados por el mandatario cubano.

Lo mejor es que resultó una “operación” tan secreta que ni los verdaderos veteranos se imaginaban que serían reemplazados por jóvenes disfrazados, quienes fueron maquillados por expertas de la televisión nacional.

“Nadie piense que hicimos trampa, hicimos una broma, porque no podía ser todo la seriedad de un juego que pareciera un partido largo entre compañeros veteranos ya de mucho tiempo (…) Tuvimos que ir fortaleciendo la defensa porque esta gente estaba bateando demasiado duro (…) no me quedaba más remedio que hacer lo necesario para ganar el juego”, dijo jocosamente el Comandante en Jefe, quien se pasó gran parte del encuentro riéndose a carcajadas.

Tal  gracia criolla no estaba todo el tiempo en él, claro está. Como apunta García Márquez, era sumamente serio en los asuntos trascendentales, se molestaba cuando le ocultaban la verdad y se abrumaba “por el peso de tantos destinos ajenos”.

Su responsabilidad sin límites se puso de manifiesto muchas veces, pero hay dos muy recordadas por el pueblo, porque estuvieron ligadas a la salud del líder. Una de estas fue el 23 de junio de 2001, después de haber sufrido un desmayo en la Tribuna Abierta efectuada en El Cotorro. Si bien Fidel no terminó su discurso, anunció que por la noche lo continuaría. Y así lo hizo en la Mesa Redonda de la televisión.

Otra estuvo vinculada a su caída, el 20 de octubre de 2004 en Santa Clara, luego de una graduación de instructores de arte. Fidel quedó con la rótula de la pierna izquierda fragmentada en ocho pedazos y una fisura en la parte superior del húmero del brazo derecho. “Pido perdón por haberme caído. Como ustedes ven, puedo hablar aunque me enyesen, y puedo continuar mi trabajo”, expresó inmediatamente después del accidente.

Y cumpliría su palabra. A  la semana siguiente comparecería en la televisión, con la pierna enyesada y el brazo en cabestrillo, para anunciar medidas económicas.

EL TABACO, LA BARBA Y UN CHALECO MORAL

Fidel era un fumador empedernido. Sin embargo, en 1985, para liderar una campaña contra el tabaquismo dejó de fumar.

“Yo mismo me impuse terminar con el tabaco. Renunciar a ese hábito me pareció un sacrificio necesario en pro de la salud del pueblo. Oyendo hablar tanto de la lucha necesaria contra la obesidad, el sedentarismo, el hábito de fumar me convencí de que el último sacrificio que debía hacer en favor de la Salud Pública en Cuba era dejar de fumar. Predicar con el ejemplo. Abandoné el tabaco, y no lo noté en falta”, contó a Ignacio Ramonet.

Al propio intelectual español residente en Francia le hablaría sobre otro de sus “secretos”, la barba.  “(…) servía como elemento de identificación y protección, hasta que terminó transformándose en un símbolo de los guerrilleros. Después, con la victoria de la Revolución, conservamos la barba para preservar el símbolo. Además de eso, la barba tiene una ventaja práctica: uno no necesita afeitarse cada día. Si multiplica usted los 15 minutos del afeitado diario por los días del año, verificará que consagra casi 5 500 minutos a esa tarea. Como cada jornada de trabajo de ocho horas representa 480 minutos, eso significa que, al no afeitarse, usted gana al año unos 10 días, que puede consagrar al trabajo, a la cultura, al deporte, a lo que quiera”, refirió Fidel.

Y otro de los símbolos fue su traje verde olivo, que usó ininterrumpidamente en público hasta junio de 1994, cuando se celebró en Cartagena de Indias la IV Cumbre Iberoamericana. A la sazón acudió con una elegante guayabera.

Sobre su uniforme militar se tejieron las más diversas leyendas. Incluso, en 1979, al visitar la Organización de Naciones Unidas, varios periodistas estadounidenses le insinuaron que lo usaba para poder camuflar un chaleco antibalas. Ante eso, Fidel se abrió su traje, enseñó el pecho y dijo una oración entre risas que ha quedado para la historia: “Tengo un chaleco moral, es fuerte. Ese me ha protegido siempre”.

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