Una estrella cercana

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Por Osviel Castro Medel | 21 agosto, 2020 |
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Elsi vive orgullosa de haber trabajado 43 años y de participar en la gesta de Angola. FOTO/Osviel Castro Medel

Los disparos pasaban zumbándole los oídos y ella, refugiada en un pequeño hueco abierto en la arena de la playa, solo atinó a colocarse los zapatos en la cabeza, como si sus “popis” (calzado deportivo de otra época) hubieran sido blindados.

Hoy lo cuenta y sonríe, pero el episodio la marcó para siempre, al punto que 36 primaveras después Elsi Fajardo Gómez asegura que ha sido el momento más estresante y de mayor peligro en toda su vida.

“Una guerra es impresionante. Fue el instinto de conservación el que me llevó a hacer eso. Estuvimos a punto de morir”, dice esta mujer que el próximo septiembre cumplirá 61 años y que, como muchas otras a lo largo de Cuba, tiene una fascinante historia, en la cual se conjugan el sacrificio, la tenacidad y el amor.

Tal escena ocurrió en Angola, específicamente en Sumbe, el 25 de marzo de 1984, cuando tropas de la llamada Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA) atacaron de modo feroz esa localidad e intentaron llevarse presos a colaboradores no militares cubanos y de otras nacionalidades.

El hecho fue reflejado en el libro “Sumbe. La altura de las antenas”, autoría del teniente coronel  bayamés Orlando González Montero, que está dedicado a reflejar el heroísmo de nuestros civiles para contener aquella agresión, prolongada durante 10 horas.

Incluso, el General de Ejército Raúl Castro, comentó en una ocasión: “Fue igualmente heroico el comportamiento de las compañeras cubanas, que aunque no disponían de armas, conservaron en todo momento la serenidad, ayudaron moralmente a los combatientes y agruparon a las mujeres de otros países que el enemigo pretendía secuestrar también”.

Entonces Elsi impartía clases de Química en una pequeña escuela, pero a partir de aquel momento tuvo que estar en máxima alerta y hasta portó armamento.

En las cartas a Humberto y Anael, sus padres, nunca quiso dar muchos detalles sobre esos  riesgos porque no quería alarmarlos. Pero a su regreso de África, tras 12 meses de intensa labor, sí contó todo a sus progenitores, quienes residen todavía en el barrio rural de Palmarito, en el municipio de Jiguaní.

También relató sus vivencias a varios compañeros y alumnos del preuniversitario bayamés Perucho Figueredo, en Las Mangas, donde ella trabajaba.

DE CLASES Y CEMENTO

Hay otros acontecimientos dignos de encomio en la existencia de esta mujer, que desde 1989 vive en Bayamo.

Precisamente un año antes de trasladarse definitivamente a la Ciudad Monumento decidió alistarse en una microbrigada de la construcción y durante 12 meses conoció de cerca los rigores del cemento o el polvo.

“Resultó una gran experiencia, me ayudó a vencer retos, a echar derretidos para piso y a enchapar, aunque mis mayores desafíos fueron empezar a trabajar a los 17 años (después de un curso emergente), licenciarme en Química en clases  por encuentros en el pedagógico de Manzanillo y pasar mucho tiempo albergada porque todas las escuelas en las que impartí docencia me quedaban lejos de la casa”.

Entre esos centros se encuentran las secundarias José Martí (Dos Ríos) y Manuel  Hernández Osorio (Santa Rita), el citado preuniversitario Perucho Figueredo y la bayamesa Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético (ESPA). Fueron 28 años dedicados a la enseñanza, que incluyeron cuatro como metodóloga municipal.

Su vida laboral se completó en la fábrica de almohadillas sanitarias Mathisa, de Bayamo, donde estuvo tres lustros vinculada a puestos de dirección.  Allí aprendió muchísimo “con otras personas maravillosas, dedicas y humildes”, que recuerda con cariño.

“Me jubilé en 2019, pero nunca me han faltado las ganas de ayudar”, comenta, para luego añadir que estuvo ligada también a cargos en organizaciones de masas, especialmente a los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).

NARRACIONES EN CASA

Aquella “Muchacha de los popis”, seudónimo con el que se hizo célebre en Angola, logró edificar luego una hermosa familia junto a su esposo, Martín Linares, con quien lleva 32 años.

Sus hijas, Maylín y Mairelis, doctora y estomatóloga, de 28 y 24 abriles, respectivamente, viven orgullosas del ejemplo de la madre y de vez en vez palpan las medallas o reconocimientos que Elsi ganó sin pretenderlo.

Ella les habla de las enseñanzas que recibió de sus padres y abuelos, quienes ayudaron a abrir el camino pese a la estrechez económica del hogar.

“Mis tres hermanos también se hicieron profesionales gracias al esfuerzo de los que nos guiaron. Nosotros tampoco nos rendimos en una época muy difícil”.

Ese deseo de luchar y de buscar la virtud se lo inculca diariamente a sus jóvenes seguidoras. Maylín y Mairelis no dejan de mirarla como la estrella cercana y admirada, que pueden abrazar, besar y amar con la ternura  que no cabe en estas líneas.

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