Una mujer que siembra…

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Por Zeide Balada Camps | 20 agosto, 2015 |
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Foto Javier Soler Torroja
Foto Javier Soler Torroja

Ella no conoce de molinos de viento o cíclopes en islas desiertas. Desde pequeña decidió que nada podría frenarla… y así ha sido en las pruebas más duras: ser madre y padre a la vez de dos adolescentes; ingeniera agrónoma y proveedora del hogar en la Cuba de los ´90; cuidadora excepcional de quien la trajo al mundo cuando ya las piernas de abuela no tuvieron fuerzas.

La casa nunca se le vino encima, aunque el enorme agujero del caballete de guano dejaba colar el rocío y el guiño de los luceros. La campesina de raíces profundas, soñadora, médico de las plantas y amante de la naturaleza, siempre se mantuvo firme, como de hierro, aunque sus ojos llevan luz, y la ternura se le escape de las manos, en una caricia breve, un saludo, ante la proximidad del pequeño nieto o en un abrazo mañanero.

Si tuviera que compararla con algún personaje de la literatura sería una Francisca perfecta para  Onelio Jorge Cardoso, el Cuentero mayor de nuestra Isla . Creo que la muerte no alcanzaría su ritmo incesante, su paso andariego. No le teme a aguaceros ni a imprevistos, a la fuerza o la gravedad cuando hay que trepar las matas para tumbar naranjas, acomodar nidos o desenredar entuertos.

Su rostro y manos llevan las huellas del tiempo, del esfuerzo cotidiano, de solventar con ingenio cualquier tipo de carencias…, del trabajo rudo, de las horas robadas al sueño. Pero quienes la conocen siempre lo dicen, “Zeide Camps no se cansa de luchar”, pues sí, tiene espíritu de guerrera, como la misma Celia Sánchez (su heroina favorita) o como el Che Guevara, a quien venera. Cuando las cosas aprietan siempre los nombra, “si ellos la pasaron peor y pudieron, yo no seré menos”, entonces, el obstáculo se vuelve pequeño.

Es imposible cambiarla, no hay maneras, tiene la cabeza dura (quizá por la ascendencia gallega o catalana), pero, sin dudas, es una fortaleza, hay que dejarla con sus chivas y sus guineas; las pequeñas quimeras del día a día, y la voluntad por mantener la nave a flote, a pesar de las tormentas.

Su sueño, siempre fue uno sencillo, el de tener un pozo, porque prefiere la riqueza que nace de la tierra: la huerta verde, los tomates colorados, las calabazas macizas, las guayabas perfumadas… hoy, aunque el pozo esté a medias y solo siembra al compás de la lluvia, disfruta cuando asoman “las muñecas del maíz”, o con el “festival de hojas amarillas” que se apresuran a besar la tierra.

Campechana y vital, prefiere el café del pilón, la música de compases suaves, o los trinos del sinsonte que anuncian la primavera. Ella es como esas aves, que solo se sienten libres en el monte, donde el verde refresca, el paisaje se renueva al alba, y las noches más oscuras muestran el esplendor de las estrellas.

Como ella hay miles en esta Cuba, vigorosas, sensibles, valientes, generosas y bellas, no porque escondan los años detrás del maquillaje, sino porque la vida les ha fraguado el temple, nutrido el alma… y alumbran a quien se les acerca.

Hoy, no adivina que mientras la contemplo, la critico, y pienso en la mujer que soy, descubro mucho de ella. Con mi madre aprendí que el trabajo lo puede hacer cualquiera, no importa el género o el sexo, solo basta con estar dispuesta; que cuando se ama algo, el sacrificio no cuesta; que ser sencilla no es sinónimo de pobreza; que la dignidad y la honradez no se trafican; que la amistad verdadera no la matan los años; que si practicas la bondad siempre retorna; que la vida, como la tierra, te devuelve lo que siembras.

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  1. Muy linda tu crónica Zeide. disfruto mucho tu vuelo poético y tu don especial para contar historias. Quisiera que más a menudo nos hicieras esos regalos que reconfortan el alma y dan riendo suelta a los sueños.