Una pionera ejemplar

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Por Diana Iglesias Aguilar | 4 abril, 2018 |
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Despuntó como los genios, bien temprano en el cronológico camino hacia la inmortalidad, o como los tiernos botones de las flores más queridas, irradiando hermosura y un fino aroma contagioso.

Fue la vida de Raquel González Pérez demasiado breve para una heroína, sin embargo, con sus doce años cumplidos dejó en el corazón de sus compañeros y en el de numerosos adultos una huella imborrable aún.

La sonrisa espontánea y el deseo de aprender y hacer por todos estaba a la orden del día para Raquel. La pequeña nacida en el serrano poblado de San Pablo de Yao en octubre de 1954, mientras sus padres se resguardaban del tiempo muerto y esperaban el oportuno regreso a Julia, un polvoriento asentamiento vecino del batey del central Mabay.

Por aquellos caminos llenos de piedras y polvo caminó Raquel sus primeros seis años. El desgobierno del tirano Fulgencio Batista de espaldas a la educación del pueblo, obligó a Celia, la madre de la pequeña, a enviarla a una escuela privada para que aprendiera las primeras letras.

Es con el triunfo de la Revolución en enero de 1959 que Raquel y su hermana Valentina, un año menor, conocerán de las bondades de la educación masiva y gratuita para todos.

Las pequeñas asisten al Centro Escolar Arquímedes Colina,  de Mabay, que lleva el nombre de uno de los mártires de la gesta libertaria, al que Raquel, comenzará a admirar y buscará las razones por las cuales jóvenes tan bisoños se enrolaron junto a Fidel para que niños y niñas tuvieran lo necesario para crecer y aprender.

Estudiaba con denuedo, las notas excelentes no eran su fin, sino aprender, pero nadie le quitaba el primer expediente de su escuela durante los seis primeros años de estudio.

Tampoco tenía rival en cuanto a energías para acometer tareas pioneriles, recoger materias primas, sembrar y limpiar el huerto escolar, ayudar a los que se atrasan en el aprendizaje y por si fuera poco colaborar con su mamá en los quehaceres del hogar y por último, enseñar a otros niños y niñas las técnicas del bordado y el tejido a mano, manualidades que le fascinaban.

Era una persona adorable Raquel, así lo dice Luis Ramírez Villazana, pedagogo querido y respetado en Bayamo y en toda Cuba por su entrega a la educación cubana, merecedor de innumerables reconocimientos, delegado a la Asamblea del Poder Popular y Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular en los primeros mandatos.

Un hombre que recuerda, y llora al hacerlo, el momento en que le comunicó a los padres y a Raquel que era la elegida para viajar a  varios países de Europa como premio a su actitud intachable y relevantes resultados docentes.

Un periplo por Bulgaria y otros lugares del viejo continente realizaron Raquel y otros cuatro niños de algunas provincias del país junto a una guía de pioneros en agosto de 1967. Por esas casualidades del destino, como la ausencia del agua troncha la floración de los brotes, el avión en que viajaban estalló el cinco de septiembre, cuando regresaban a Cuba cargados de historias, de sueños, de recuerdos del maravilloso paseo.

Es indescriptible el panorama que suscitó el accidente, el dolor profundo que abrió en los corazones de su madre, hermanos, padre, vecinos, amigos, Cuba y del maestro Luis Ramírez Villazana, nadie como él sabía el diamante que se perfilaba en Raquel como ser humano.

En Bayamo el Palacio de Pioneros lleva su nombre, y el museo de la localidad  de Mabay muestra con orgullo sus pertenencias, por las calles del azucarero pueblo camina aún su familia que no la olvida.

Sin embargo, no todos los pioneros de Granma conocen esta historia, ni los padres o maestros que pudieran contar con cuánta alegría estudiaba Raquel en tiempos de pocos recursos.

Raquel es un ejemplo para nuestra niñez y juventud, digno de imitar, por su energía, la felicidad que encontró a sus pocos años en sembrar y regar, no solo las plantas del huerto, sino el afecto y el respeto entre los suyos.

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