La reducción de la jornada de trabajo a ocho horas diarias (ocho horas de trabajo, ocho horas de recreación y cultura, ocho horas de descanso) y a la estabilidad en los puestos de labor, fueron las exigencias de aquella huelga un primero de mayo de 1886 en Estados Unidos.
Las condiciones laborales de la clase obrera eran deplorables. Niños, mujeres y hombres eran explotados en jornadas de hasta dieciocho horas sin descanso semanal y con remuneraciones bajas.
Es así como en el mes de marzo de 1866 se desataron grandes movilizaciones, fundamentalmente en Estados Unidos y en Chicago.
La burguesía norteamericana tembló ante la actitud decidida de la clase obrera y ante los preparativos, los patronos movilizaron a la Guardia Nacional, aumentaron las fuerzas policiales y formaron un cuerpo especial de represión.
Por su parte los proletarios realizaron reuniones masivas condenando la acción represiva de la burguesía.
Aquel Primero de Mayo de 1886 en Chicago alrededor de 80 mil obreros se habían lanzado a la calle para conquistar la jornada de 8 horas, dirigidos por Albert Parsons líder de la organización laboral “Caballeros del Trabajo de Chicago”.
En los siguientes días se unieron a esta demanda 350 mil trabajadores de toda la Unión Americana, que iniciaron una huelga nacional que afectó más de mil fábricas. La unión de los trabajadores causó mucha alarma entre los industriales y en la prensa, pues vieron en las manifestaciones el inicio de una “revolución”.
Días después se repartió una hoja volante en la que se manifestaba: La guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica Mc Cormick han fusilado a los trabajadores. ¡Su sangre pide venganza! ¿Quién podría dudar de que los tigres que nos gobiernan estén ávidos de la sangre de los trabajadores? Pero los trabajadores no son canares. Responderán al terror blanco con el terror rojo. Vale más la muerte que la miseria. Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que nuestros amos lo recuerden por mucho tiempo.
Es la necesidad que nos hace gritar: “¡A las armas!”. Ayer las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y padres fusilados, mientras en los palacios los ricos llenaban sus vasos de vinos costosos y bebían a la salud de los bandidos del orden ¡SECAD VUESTRAS LÁGRIMAS SUFRIENTES! ¡TENED CORAJE ESCLAVOS! ¡LEVANTAOS!
Así fueron sucediéndose los años hasta que el proletariado cubano tiene el honor histórico de haber participado en el estreno mundial del Día Internacional de los Trabajadores, el primero de mayo de 1890, fecha acordada un año antes por el Congreso de la II Internacional efectuado en París.
A pesar de que el movimiento obrero cubano era incipiente por entonces, aquella lucha tuvo eco cuando el Círculo de Trabajadores de La Habana organizó el Primero de Mayo de 1890 un desfile que culminó en un acto con más de 3 mil personas y una veintena de oradores.
Solo con el triunfo de enero de 1959, la celebración de la fecha comenzó a ser libre y generalizada. El Primero de Mayo de 1959 hubo un hermosísimo desfile en La Habana, quedaba inaugurada la Plaza Cívica, más adelante la Plaza de la Revolución.
El proletariado cubano se disponía a festejar el Primero de Mayo no por demandas laborales ni para rechazar la represión policíaca. Esta vez, y desde entonces, pueblo y Gobierno formaron una unidad compacta para defender a la Patria.
Es un día en que las mujeres y los hombres de todo el mundo se unen en la común aspiración de la mejora de todos hacia mayores niveles de justicia y se hermanan en la responsabilidad social del trabajo en paz.