Va finalizando el año y con su conclusión se avizoran buenas nuevas con respecto a la terrible pandemia que nos ha golpeado duramente por casi dos años. La disminución del número de contagiados vislumbra un panorama esperanzador para quienes nacimos en este bello archipiélago.
Pero aunque la reducción de las cifras influya positivamente en nuestras vidas, y contribuya al paso gradual a las rutinas diarias, lo vivido en ese lapso ha cambiado nuestra forma de ver la existencia, mostrada como un fino hilo que lamentablemente terminó cortado en miles de casos.
Pero la Covid-19 no solo ha sido la manifestación de un letal virus, sino un momento de varios aprendizajes, y entre ellos está la importancia de la solidaridad y la cooperación.
Cuántos asistieron desinteresadamente y sin remuneración a los centros de aislamiento y zonas rojas, para aportar su granito de arena en la recuperación de los enfermos.
Otros acudieron a la casa de vecinos contagiados para ayudarles en la compra de productos y facilitarles, además, cualquier medicamento o alimento. Aunque corrieron riesgos, a muchos se les removía el corazón cuando sabían que una familia no tenía quien los ayudara en esos momentos difíciles.
Varias personas e instituciones donaron recursos y producciones, para ayudar a los centros sanitarios y a los hogares con una situación más crítica.
Aunque se dispararon muchos precios, también hubo casos en los cuales prevaleció la consideración, con rebajas y hasta anulación de costos por parte de personas altruistas.
Y qué decir de la ayuda internacional promovida por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, la cual estremeció al mundo, haciendo llegar de varias latitudes cargamentos para un pueblo, que en otras ocasiones ha compartido sus escasos recursos con los más necesitados.
Estos y otros ejemplos evidencian que en las contingencias se impone la cooperación, el hermanamiento y la ayuda mutua, pues la vida sabiamente demuestra que un hombre solo no vale nada y que cuando sentimos como propio el dolor ajeno, somos capaces de realizar los actos más humanos y generosos.
La mayoría de quienes prestaron ayuda en los instantes más críticos, lo hicieron varias veces no solo movidos por el amor al prójimo, sino por el placer mismo que entraña prestar asistencia y socorro a quienes más lo demandan.
Esos héroes, en ocasiones anónimos, parece que llevaban grabados en el pecho la frase martiana: “Sé es bueno porque sí; y porque allá dentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe: ser útil”.
Hacer el bien a nuestros similares y luchar por la vida es una de las grandes oportunidades que nos ha dado el coronavirus, y quizás una de sus mayores enseñanzas.
Cuando esta pandemia pase y contemos a las generaciones venideras sus lecciones, diremos que una vez más se demostró que en medio de la adversidad, nada tiene tanto valor como una mano extendida.